Publicado en el Semanario Punto. Toluca, México.
18 de junio, 2009
Esta semana una información proveniente de México me inspira particularmente. Esta mañana, de acuerdo con una nota publicada por la prensa nacional, José Agustín Ortiz Pinchetti presentó ante las autoridades de la Procuraduría General de la República -a nombre de Andrés Manuel López Obrador- una denuncia contra la “mafia” mexicana, que a decir del Peje, está integrada por Felipe Calderón, los ex presidentes Vicente Fox, Ernesto Zedillo y Carlos Salinas, Elba Esther Gordillo, Diego Fernández de Cevallos y los empresarios Roberto Hernández, Claudio X González, Gastón Azcárraga y José Luis Barraza.
El autonominado “presidente legítimo”acudió ante las autoridades para acusar a los mencionados políticos y empresarios de los delitos de tráfico de influencias, corrupción y saqueo de bienes y recursos públicos.
Hasta ahí, podríamos hasta darle razón a López Obrador. No creo que haya un solo mexicano que salga en defensa de los personajes señalados. Pero con todo respeto, es impresionante, digno de énfasis y por supuesto raya en el absurdo que inmediatamente después de haber expuesto la denuncia, Ortiz Pinchetti, quien es secretario de Relaciones Políticas del presunto gobierno legítimo, admitiera que su denuncia “no prosperará”.
Si de acuerdo con la información publicada la denuncia contiene “más de mil hojas con contratos, informes y escrituras públicas, entre otros documentos”, es decir, si se trata de hechos comprobables y no solamente de discursos oportunistas, entonces no resulta fácil comprender por qué motivo no es factible que los mencionados personajes sean sometidos a investigaciones.
Incoherencias y golpes propagandísticos a los que ya nos tiene acostumbrados López Obrador, un personaje que a decir verdad no es otra cosa que una prueba más de la capacidad del pueblo mexicano de vivir en una realidad totalmente alejada de la lógica.
El argumento que utiliza Ortiz Pinchetti para curarse en salud me parece demasiado triste, demasiado doloroso. Según él, su denuncia no será tomada en cuenta porque “hasta ahora no se ha investigado uno solo de los crímenes graves que han cometido por ejemplo el gobernador de Oaxaca (Ulises Ruiz) o el Ejército contra la población civil, hay miles de denuncias que no han sido atendidas”
Entoces que alguien me explique, si no hay posibilidades de terminar con la impunidad, ¿para qué hacerle el caldo gordo a las autoridades? Porque en todo caso, si se trata de un gobierno “espurio”, no hay coherencia en el hecho de darle tanta importancia a las autoridades que de tal gobierno emanan. Al menos para ser coherentes, ¿no?
Si me permiten un ejemplo absurdo, es como si alguien está consciente, seguro y convencido de que no existen los Reyes Magos, y de cualquier manera el seis de enero se pone a escribirles una cartita y pone su zapato en el nacimiento para ver si pega, o para ver si los demás -que tampoco creen en los Reyes- se dan cuenta de que el milagro no sucederá. Repetitivo, incoherente, sin sentido, ¿no es cierto?
Y es que ese es el problema del gobierno legítimo. Que con sus acciones bizarras no hace otra cosa que poner en evidencia que tampoco tiene mucha capacidad o que sus habilidades son más bien limitadas.
Porque si se trata de un asunto de resistencia civil, pues digamos que en esencia está mal planteado. Ningún político inteligente puede pasar tres años de su vida intentando dar respuestas exclusivamente mediáticas a un sistema que se está pudriendo enmedio de luchas absurdas e interminables contra el crimen organizado, una tremenda crisis económica y todas las desgracias que ultimamente tienen a México convertido en un desastre.
Se cae en el ridículo. Porque López Obrador, visto desde lejos y con toda frialdad, es simplemente como uno de esos profetas que predican y anuncian y alucinan y convocan a unos cuantos por algunos momentos, pero a la hora de la verdad, cuando se trata de poner solución a los problemas que tanto critica, cuando debe responder con hechos, simple y sencillamente cae de nuevo en un discurso que no tiene pies ni cabeza.
Creo firmemente que por una vez AMLO tiene razón cuando en su denuncia expresa: “el grupo de delincuentes que denunciamos ha venido llevando a cabo, de manera impune, actos que violan la Constitución y las leyes de la República. Existen pruebas de que se trata de una asociación delictuosa dedicada al tráfico de influencias, la corrupción y el saqueo de bienes y recursos públicos”.
Lo que no me convence, es más, lo que me resulta inexplicable es el sentido de denunciar y decir que de todas formas no tiene caso hacerlo.
Es incongruente, y que me perdonen los partidarios del Peje. Es surreal, como la existencia misma de un presidente que se nombra “legítimo” y está ahí nomás, listo para criticar todo lo que hace el gobierno “espurio”, sin otra misión concreta que no sea una tibia protesta disfrazada de resistencia civil, que hasta ahora no ha logrado cambiar el estado de las cosas.
El problema es que probablemente el pueblo mexicano está cansado de vivir siempre las mismas injusticias, está habituado a soportar sin luchar más y por eso ha llegado al momento peligroso en que ni la saliva de los políticos ni la tinta de los medios de comunicación pueden procurar alguna mejoría. Y en tal situación, lo más difícil es prevenir lo que a causa del hartazgo puede llegar a ocurrir en México.
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