Publicado en el Semanario Punto. Toluca, México.
19 de mayo, 2009
Mientras me encontraba pensando en el tema que habría de tocar esta semana, un apreciado colega mexicano me hizo una pregunta a través de ese maravilloso sistema de comunicación llamado messenger. “¿Cómo ves a Marcelo Ebrard para presidente?”, me dijo de golpe y porrazo.
Sinceramente, debo decir que la pregunta me tomó por sorpresa. No porque no estuviera enterada del autodestape de Ebrard y de sus propuestas, que incluyen “limitar el poder de Carlos Slim y de Televisa, acabar con los desequilibrios sociales y restituir al Ejército sus funciones originales”.
Mi sorpresa más bien tiene su origen en el evidente futurismo -yo más bien la llamaría futuritis- que agobia a los políticos mexicanos.
Digamos para comenzar que de aquí al 2012 faltan muchos, pero de veras muchos días, y que es impresionante la lucha que desde ahora están estableciendo algunos con tal de llegar a ocupar el máximo cargo de elección popular.
Pero lo peor es que somos los mismos ciudadanos quienes estamos cayendo una vez más en la trampa que los mismos políticos nos tienden sin piedad.
Porque mientras Marcelo Ebrard se lanza al ruedo y con ello provoca la ira de algunos -particularmente de los aliados de Andrés Manuel López Obrador- y el entusiasmo de otros -que a lo mejor ya se están viendo en alguna oficina federal disfrutando de los beneficios del hueso- los únicos que de verdad deberían contar -los comunes mexicanos- solamente se quedan mirando el desfile sin participar.
Y es que mientras Ebrard lo hace abiertamente, el gobernador mexiquense, Enrique Peña Nieto también está trabajando para su futuro. Sí, recalco: para su futuro, no para el futuro de sus posibles electores.
Debo decirles que visto desde lejos, con toda la objetividad posible, iniciar los destapes o trabajar veladamente con miras a la presidencia de la República, no es otra cosa que burlarse de un pueblo que todavía ahora está tratando sin éxito de reponerse de un vergonzoso y triste pasado, cuyo precio no ha terminado de pagar.
Es sorprendente y francamente desconcertante que mientras se planea un futuro color de rosa para México, un futuro donde los grandes capitales no intervendrán y los pobres finalmente tendrán la justicia que merecen, gracias a un presidente de esos de ensueño, no sea posible siquiera aclarar nuestro reciente pasado.
Digamos que con todo respeto, no es posible imaginar una nación mejor, en manos de un gobierno ideal, cuando nadie hasta el momento se ha preocupado por aclarar realmente qué es lo que ha pasado durante los últimos sexenios.
Preocupa de verdad escuchar a un anciano Miguel de la Madrid que en un arranque de sinceridad responde a las -por cierto bastante inducidas- preguntas de la periodista Carmen Aristegui y acepta que “se equivocó” nombrando como sucesor a Carlos Salinas de Gortari.
No creí que con el paso del tiempo un ex gobernante priísta se atreviera a hacer a un lado los prejuicios y decidiera acusar a Salinas de inmoral. Parece una historia de ciencia ficción -casi de terror, mejor dicho- que el mismísimo De la Madrid reconociera que Salinas se habría robado al menos la mitad de la partida secreta y habría permitido que su hermano Raúl realizara negocios indebidos con el Gobierno y que recibiera dinero de narcotraficantes.
Pero obviamente, la historia no podía quedarse así. Para variar, De la Madrid terminó envuelto en un escándalo que no le gustó a su familia, por lo que de inmediato apareció una aclaración que honestamente hace reir: “dejo en claro que después de haber escuchado la entrevista con la señora Aristegui, mis respuestas carecen de validez y exactitud”,
El problema es que una situación tan seria no debería detenerse y quedar al nivel de un mero chisme político, capitalizado por los opositores del PRI -partido que parece repuntar en las preferencias electorales-.
En realidad se trata de un asunto muy grave, reconocido por De la Madrid, un ex presidente que sin pudor alguno respondió con un “sí” cuando le fue sugerido que para gobernar México se necesita ser cínico y corrupto.
Porque si hay pruebas concretas de que Salinas de Gortari ha cometido tantas atrocidades, lo justo para el pueblo mexicano sería iniciar un proceso, no quedarse callados y seguir manteniendo la impunidad.
Por eso me resulta absurdo pensar en un futuro relativamente lejano, -las elecciones presidenciales del 2012- cuando hay situaciones del pasado que no han quedado claras y que se siguen arrastrando porque por desgracia forman ya parte de nuestra esencia como nación.
Y ni qué decir del presente. Un presente que no resulta claro para nadie, en el que además de una crisis económica mundial México tiene frente a sí problemas que parecen no tener solución: la guerra contra el narcotráfico, la inseguridad, la violencia y para colmo hasta la influenza, un problema de salud pública que -real o no- ha dejado pérdidas económicas que a corto y mediano plazo serán desastrosas.
El panorama es desolador. Y por más optimistas que seamos no podemos imaginar otra cosa que no sea un alud de problemas económicos y sociales que son consecuencia de nuestro pasado y de nuestro presente.
Por eso no se vale, es vergonzoso, es obsceno, pensar en un Mesías político. Tenga el nombre que tenga, sea del partido que sea, no será otra cosa que más de lomismo, y no solucionará absolutamente nada. Será siempre la misma triste historia mientras el mismo pueblo mexicano no despierte y empiece a exigir con todas sus fuerzas -con todas sus fuerzas, insisto- verdad y justicia.
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