jueves, 2 de julio de 2009

Papi Berlusca... entre lo público y lo privado

Publicado en el Semanario Punto. Toluca, México.
26 de mayo, 2009

Cuando hace unas semanas toqué el tema de Silvio Berlusconi y las acusaciones hechas en su contra por su propia esposa, Verónica Lario respecto a presuntas relaciones del premier con menores de edad, no imaginé que el caso continuaría en las primeras planas de los diarios italianos y hasta extranjeros, y que Noemí Letizia, la chica que llama papi al primer ministro italiano se convertiría en el centro de la polémica iniciada en primer término por el diario nacional La Reppublica y seguida por los políticos de oposición.
Lo que está ocurriendo en Italia simplemente está tocando los límites del sentido común y está mostrando la decadencia de un sistema que no puede seguir funcionando mientras el gobierno siga en manos de las mismas personas que por al menos quince años se están alternando en el poder.
Haciendo historia, podemos retomar la vida de Silvio Berlusconi, un empresario que en enero de 1994 decidió dejar a un lado sus actividades económicas e iniciar una vida política fundando el partido llamado Forza Italia.
La justificación de Berlusconi para su llamada “discesa in campo” (descenso a la cancha) se resume en su discurso de aquellos días: “...He elegido descender hacia la cancha y ocuparme de la cosa pública porque no quiero vivir en un país no liberal, gobernado por fuerzas inmaduras y por hombres ligados por un doble hilo a un pasado de fracasos políticos y económicos”,
Con esas palabras, el hasta entonces emprendedor obtuvo la simpatía de los italianos, que vieron en él la esperanza de un cambio en una sociedad desgastada por escándalos tan impresionantes como el llamado Tangentopoli, que tuvo su origen precisamente durante los años noventa, cuando una investigación judicial arrojó como resultado la presencia de corrupción, soborno y financiamiento ilícito de los partidos al más alto nivel político y financiero italiano, que involucraba a ministros, diputados, senadores, empresarios y hasta ex presidentes del consejo de Ministros.
La sed de cambio, el ansia de novedad y la esperanza de un futuro sin corrupción -que los mexicanos conocemos bien- llevó a los italianos a dar a Berlusconi la posibilidad de gobernar. Solamente tres meses después de haberse lanzado a la cancha política, fue elegido presidente del Consejo de Ministros por primera vez. En los últimos quince años ha gobernado al país cuatro veces, y su período más largo -del 2001 al 2005- es también el lapso de mayor duración de un gobierno en Italia, con un total de 1409 días.
Pero Berlusconi es en sí mismo un caso espectacular. Se trata del segundo hombre más rico de Italia y el número 70 del mundo, con una fortuna estimada en 6 mil 500 millones de dólares. Entre sus propiedades se encuentran la red de televisión privada más importante de Italia, Mediaset, el grupo editorial Mondadori, el equipo de futbol Milán y tiene además importantes participaciones en los sectores bancario y de seguros, a través del grupo Fininvest.
De su carácter cínico y jacarandoso se podría hacer un interminable resumen. Sus contínuas ocurrencias parecen no tener límites. Sus comentarios parecen siempre fuera de lugar. Van desde catalogar a Barak Obama como “bronceado” hasta pedir a los damnificados del terremoto de Abruzzo que se comportaran en los albergues como si estuvieran de vacaciones.
Su fama de Don Juan en este momento sin duda es la que parece estarlo perdiendo. Probablemente su deseo de ser y parecer joven a sus casi 73 años lo ha llevado a caer en situaciones que en cualquier hijo de vecino sonarían ridículas y se podrían considerar sencillamente las locuras seniles de un hombre con poder económico que quiere tomar un segundo aire.
Pero pensar en un hombre de poder, en un estadista que decide llamar por teléfono a una adolescente para elogiar la “pureza” de sus facciones y continuar a buscarla invitándola a visitarlo en Milán y en Roma, y a pasar algunos días en su residencia de Cerdeña, es una historia que va mucho más allá de lo que el sentido común permite a un premier.
Porque el caso de la chica no habría tenido tanta importancia y habría quedado en secreto, si ella misma no se hubiera decidido a contarlo a la prensa, presumiendo su relación con Berlusca, a quien llama afectuosamente Papi.
Berlusconi cometió el error de presentarse en la fiesta de cumpleaños de Noemí òLetizia, de tomarse fotografí as con los invitados, de hacer un regalo costoso a la festejada y después se justificó -ante las cámaras de la Rai, la televisión de Estado- diciendo que se trataba de la hija de un viejo amigo suyo y que había acudido al festejo simplemente como un acto de gentileza.
Todo habría terminado ahí si el diario de izquierda La Repubblica no hubiera profundizado en la investigación y si el domingo pasado no hubiera sido publicada una entrevista con el ex novio de Noemí en la que éste señala algunos particulares que echan por tierra definitivamente todos los argumentos del premier para justificar sus nexos con la joven.
La Repubblica ha buscado la respuesta de Berlusconi a diez preguntas, mismas que no han sido contestadas y en este momento, la única conclusión posible es muy seria: el premier ha mentido. Y si bien su vida privada y sus preferencias o sus infidelidades no son un asunto que interesa a los ciudadanos, el hecho de mentir al pueblo al que representa es un motivo importantísimo para exigirle cuentas.
Recordemos simplemente el caso de Bill Clinton, quien durante el escándalo por el caso Lewinsky no solamente vio en serio peligro su permanencia en la Casa Blanca, sino que tuvo que rendir cuentas de sus actos privados ante los ciudadanos estadounidenses, además de disculparse por no haberles dicho la verdad.
En una sociedad democrática no es concebible que un gobernante mienta. Es una situación que ofende al pueblo, que no se debería disculpar con facilidad.
Porque cuando un premier es acusado por su propia consorte de “frecuentar menores de edad” “no estar bien” y elegir como candidatas al parlamento europeo a “vírgenes que se ofrecen al dragón” y el propio gobernante cae en contradicciones para justificar sus excesivas atenciones hacia una joven, algo no está funcionando.
En este momento lo único que queda por hacer es esperar que la situación se aclare y que por una vez, el pueblo italiano haga valer su derecho a conocer la verdad. Porque quien miente a tantos millones de personas en un asunto que podría incluso ser trivial, pierde toda la calidad moral para gobernarlas. Al tiempo. La historia juzgará.

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