Publicado en el Semanario Punto. Toluca, México.
23 marzo, 2011
Mientras escribo tranquilamente estas líneas y seguramente mientras alguien del otro lado del Atlántico plácidamente las lee, nuestro planeta sigue girando pero al parecer todo está practicamente de cabeza.
Por una parte, no puedo dejar de mencionar -conmovida y preocupada- el terremoto y el tsunami ocurridos en Japón, que además de la terrible desgracia natural han agregado una nueva paranoia al panorama internacional: el manejo de la energía nuclear, que efectivamente constituye un peligro latente para cualquier nación, aún para la más cuidadosa.
Pensar en plantas nucleares ubicadas en lugares que además de las condiciones geográficas poco favorables tienen el peligro de gobiernos negligentes o corruptos, es un asunto preocupante. Está en riesgo la seguridad de todo el mundo.
Para agregar un nuevo problema a la situación de este planeta loco, aparece el terrible fantasma de la guerra. Y una guerra que personalmente me parece no sólo absurda, sino demasiado cercana. Vivir en el país de la bota en este momento tiene sus desventajas, honestamente.
Libia es una nación cuya existencia me resultaba objetivamente indiferente antes de venir a vivir a Italia. Cierto que Ghedaffi tiene al frente de ese país exactamente los mismos años que tengo yo de vida. Y claro que recuerdo algunos de sus arranques y de sus extravagancias. De hecho la imagen del líder líbico era para mí la de un dictador y nada más.
Por eso cuando llegué a Italia y comencé a enterarme de la relación tan estrecha entre los dos países, no dejó de sorprenderme la importancia que se daba al extravagante coronel. No sé si es miedo, o precaución, luego de que en 1986 Ghedaffi tuvo la genial idea de tirar un par de misiles contra la isla de Lampedusa, en Sicilia, como represalia luego de que los Estados Unidos bombardearon Libia en una operación llamada “El Dorado Canyon”.
Y aunque entonces los libios aclararon que no era su intención golpear Italia, sino atacar las bases militares ubicadas en el territorio tricolor, el antecedente quedó registrado.
Hace algunos meses, precisamente en este espacio me permití comentar el exceso de atenciones del gobierno berlusconiano hacia quien hoy resulta el maloso de la película.
En agosto de 2010, este espacio daba cuenta de que el dirigente libio “se presentó en Italia como siempre rodeado de excentricidades. Para empezar, fue montada en la embajada de Libia en Roma una tienda beduina donde pernoctaría, además de que antes de su llegada entraron en el país treinta caballos pura sangre que pertenecen a los caballeros berebere, que realizarían una exhibición ecuestre ante las autoridades y empresarios italianos.
...Días antes de su llegada, los organizadores de la visita se dieron a la tarea de 'reclutar' 500 edecanes ante las cuales el líder realizó una abierta prédica a favor del islam.
Lo que el libio hizo fue ofrecer una conferencia acerca del Corán ante las jóvenes a quienes dijo que 'el islam tiene que convertirse en la religión de Europa.' Señaló además que las mujeres musulmanas tienen mayor libertad y mayor respeto que las europeas e invitó a las chicas a convertirse.”
Por eso no me sorprenden, pero sí me conmocionan las últimas declaraciones de Silvio Berlusconi, quien se dice “adolorido” por lo que le está sucediendo a su amigo el coronel, el mismo a quien atribuye haber aprendido el ritual del Bunga Bunga, que tantos dolores de cabeza le está dando.
Libia fue durante la segunda guerra mundial una colonia italiana y hasta ahora, es uno de los aliados comerciales más importantes del país de la bota. Ghedaffi es entre otras cosas accionista de Unicredit, una de los principales bancos de Europa y de Enel, la empresa energética más importante de Italia.
La situación es clara: Italia ha sido obligada a participar en esta guerra y lo hace no porque las autoridades estén convencidas de hacerlo, o porque realmente tengan interés en derrocar a Ghedaffi. Por el contrario, hay incluso un tratado de “amistad” entre ambas naciones que ha provocado la ira del coronel que se ha sentido traicionado por los italianos, especialmente por Berlusca, que en alguna ocasión incluso públicamente le besó las manos en señal de respeto.
Sin ser una especialista en política internacional, tengo serias dudas acerca de la conveniencia de entrar en una guerra que no resta clara. Atacar por aire Libia es una acción ejercida con la finalidad de ayudar a los rebeldes que buscando liberarse del dictador iniciaron un movimiento hace algunas semanas.
Lo que no comprendo del todo es quiénes son los rebeldes en cuestión. Porque hay que mencionar que el mismo coronel ha dicho repetidamente que detrás del movimiento en su contra está ni más ni menos que Al Qaeda, que habría convencido a los jóvenes a manifestarse.
Sin embargo, parece que el occidente -con Al Qaeda en medio o no- tiene muy claro que debe ayudar a los revoltosos. Queda claro que el dictador se ha valido de todos los medios para ejercer una represión sin precedentes y ha asesinado en pocos días miles de personas contrarias a su régimen.
Pero sinceramente no creo que podamos ser tan inocentes como para creer que el único interés que mueve principalmente a Francia e Inglaterra es ayudar a los libios a liberarse. Sucede lo mismo en Yemen donde un grupo de rebeldes intenta acabar con un régimen y nadie ha movido un dedo.
¿Será porque en Libia hay petróleo y gas y precisamente Francia e Inglaterra han sido casi ignorados como socios potenciales del país nordafricano? Los malpensados como yo estamos convencidos de que franceses, ingleses, estadounidenses y demás luchadores por la democracia tienen puestos sus ojitos en las potencialidades económicas de Libia.
Pero tampoco es tolerable que Berlusconi quiera tener dos veladoras encendidas, por si acaso no se puede derrocar a Ghedaffi. Porque no entiendo cómo se puede ser tan cínico y declarar que los Tornados -los aviones de guerra italianos que han sobrevolado Libia- “no han disparado ni dispararán”. ¿Entonces a qué fueron? ¿Nada más a darse una vueltecita para ver cómo estaban las cosas por allá?
Ni tampoco se puede engañar a la población diciendo como el presidente Giorgio Napolitano que “Italia no está en guerra”, cuando aparte de que se están utilizando las bases militares estadounidenses ubicadas en territorio italiano, se están enviando aviones a colaborar con el bombardeo.
Además de todo, está latente la situación de los aliados. Italia no quiere que sea Francia a tomar el control de la situación y exige que sea la OTAN a coordinar las acciones, mientras Nicolás Sarkozy sencillamente ha decidido ser el nuevo Napoleón.
Quién sabe cuáles son sus intenciones y cuáles sean las ventajas que representa para su país vestirse de héroe libertador de los oprimidos libios.
Hay tanta confusión en la “odisea del alba” que hasta los Estados Unidos se tuvieron que lavar las manos por el ataque a la residencia de Ghedaffi, que fue realizado por los aviones daneses, porque según los norteamericanos no existe la intención de eliminar al coronel libio, pues “se busca solamente su retiro voluntario”.
Y mientras todo esto ocurre, los desesperados civiles están escapando por mar del territorio libio. ¿Hacia dónde? Pues hacia las costas más cercanas, claro está: las de Lampedusa, lo que representa un problema más porque simplemente no hay espacio para recibir a los refugiados y la situación se está saliendo de control.
Las circunstancias son complejas. Hasta ahora no se ve cercano el momento en que Ghedaffi decida irse. Muy probablemente no lo va a hacer por las buenas, pues ya tuvo la posibilidad y no decidió hacerlo.
Es una guerra disfrazada como se usa ultimamente, de “misión de paz”, con el pretexto de defender a la población civil. Pero es además de todo un conflicto desorganizado y confuso, con una lógica que no aparece por ninguna parte y cuyas consecuencias no son misurables.
Lo dicho. El mundo está de cabeza.
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