Publicado por el diario online Primero estado de México. 14 de marzo de 2011.
Esta semana, como siempre curioseando en la red, particularmente en Facebook, me encontré un interesante texto firmado por el periodista mexiquense Michel Jiménezm quien trabaja para la publicación local Impulso. En la nota publicada en su perfil de la red social, el comunicador habla con fundamentos serios acerca de una nueva realidad que se está viviendo en el estado de México.
Dice Jiménez que el gobernador Enrique Peña Nieto se está comportando en un modo equivocado de frente a los representantes de los medios de comunicación. Habla de trabas que el titular del Ejecutivo estatal está poniendo al trabajo reporteril.
Asegura que ahora hay una especie de “corral” de prensa donde los reporteros esperan “para ver al gobernador Enrique Peña, desde lejos, dar instrucciones”. Y aunque hace muchísimos años que estoy definitivamente fuera del ejercicio periodístico como reportera, no deja de sorprenderme lo que ahora ocurre.
Está claro que los tiempos cambian y que cada gobernante tiene un estilo diferente para convivir con la prensa, pero no puedo concebir, vamos, no imagino siquiera que dentro de esta obligatoria interacción el gobernador de una entidad tan importante se convierta en una especie de soberano aislado, lejano, que pretende simplemente ser contemplado y venerado, aplaudido y consentido.
No es lógico. No es normal en una sociedad que se presume democrática el representante popular más importante se dé aires de excesiva importancia y decida que nadie puede acercarse a él para cuestionar su ejercicio del poder.
Porque a fin de cuentas no creo que el periodista, el reportero común que cumple su labor cotidiana tenga la necesidad de limosnear por una respuesta a las muchas interrogantes que sin duda tiene respecto al trabajo del “poderoso”, que, de acuerdo con los principios básicos de la democracia está simplemente obligado a responder amplia y claramente.
Mi experiencia con los gobernadores se limita a dos casos. Que quede claro: si me permito hablar en primera persona es simplemente porque creo que cada periodista sabe perfectamente en qué términos desarrolla su trabajo y cuál es su relación con el poder.
El primer gobernador con quien tuve contacto directo fue César Camacho. Con él había posibilidad de diálogo. Hábil orador, hombre de cultura, sabía perfectamente responder a cada pregunta y generalmente no perdía la compostura. Cuidaba las formas y no obstante hiciera berrinches de vez en cuando, se mostraba dispuesto a confrontarse, a hablar y despejar dudas.
Con Arturo Montiel, en cambio, las tradicionales conferencias de prensa de los lunes terminaban invariablemente con su molestia. No era brillante, ni hábil para responder. Berrinchudo, colérico, prepotente. Se ponía de malas y generalmente se peleaba con los reporteros. Pero contestaba. No tenía empacho en dar siempre una respuesta aunque a veces se metía en serios problemas. Era el ejemplo más claro de que “el pez por su boca muere”, pero sin duda daba espacio a los periodistas, algunos de los cuales al parecer le inspiraban un cierto miedo.
Hoy Peña Nieto se da el lujo de alejar a la prensa. No quiere enfrentarla. ¿Por qué? Posiblemente porque se cura en salud y sabe que habrá quien le ponga preguntas más que incómodas para las que en definitiva no tiene una respuesta, y porque probablemente tiene una perfecta clasificación que le permite discriminar medios y representantes, dando con ello apertura solamente a aquellos con quienes le conviene realmente platicar.
Precisamente hace una semana comentaba en este espacio la entrevista entre Peña y Carlos Loret de Mola. En esa, como en otras más concedidas a los “monstruos” de los medios “importantes”, Peña llega preparado, con poses de gran gobernante, porque sabe muy bien que lo verán muchos potenciales electores y quiere dar literalmente su mejor cara. Pero generalmente de frente a los “grandes”, mete la pata en una manera impresionante. Su capacidad no le ayuda.
Tal vez por esa poca capacidad, en la actividad cotidiana, Peña evita los contactos incómodos e improvisos con los reporteros que supongo considera incómodos y/o poco importantes.
Pero viendo las cosas con objetividad, es necesario hablar con la verdad. Las entrevistas colectivas y las conferencias de prensa son momentos en que montones de reporteros de los medios serios y de otros mucho menos serios tienen la oportunidad de acercarse al gobernador en turno.
Sinceramente, en los mal llamados “eventos” ni están todos los que son, ni son todos los que están. Digamos que se sabe bien quiénes son las personas realmente interesadas en preguntar para realmente realizar un buen trabajo, y quienes van y preguntan con mala leche o simplemente “hacen presencia” para luego intentar extorsionar solicitando los aberrantes “apoyos”.
Entra de todo cuando se trata de seguir al gobernador. Y no es que lo justifique. Para nada. Estoy convencida que es necesaria la interacción constante entre los medios y los gobernantes, porque como bien dice Michel, el respeto del periodismo hacia las autoridades “es garantía de que existan ciudadanos informados, críticos y conscientes de su momento histórico.”
Pero es también cierto que de cada 100 reporteros que se presentan a las conferencias de prensa o a las actividades públicas, no más de diez son profesionistas serios que buscan sencillamente desarrollar lo que también señala Jiménez en su artículo: el periodismo como “representación impresa de la democracia”.
Por eso considero oportuna una selección de las preguntas y de quiénes las formulan. Pero en el sentido de la seriedad de los cuestionamientos, de la importancia de los planteamientos. Nunca para censurar.
Porque es grave que la oficina de comunicación social se dé el lujo de filtrar preguntas y con ello practicamente amordazar a los periodistas. Dice Jiménez que los fieles guardianes del gobernador “no dan la oportunidad al reportero de enfrentar con sustancia a la autoridad y exigirle una respuesta, no se promueve la práctica periodística, la agilidad mental, la inventiva, la capacidad de sorpresa, se aniquila toda emoción al periodismo.”
Efectivamente tiene razón. Pero debe considerar también que en gran parte la culpa es de los propios reporteros, que podrían -en un mundo ideal, claro está- decidir no seguirle el juego al poder y simplemente ignorarlo, o en todo caso ser directos y como grupo unido plantear seriamente su inconformidad y buscar cambiar las condiciones en su relación con el Ejecutivo estatal.
Pero por desgracia estoy hablando de un mundo ideal, en el cual los medios son el contrapeso del sistema de poder.
En el mundo real por desgracia es precisamente el poder quien tiene en sus manos a los medios, a partir de su capacidad de controlarlos, sobre todo, económicamente. Porque a fin de cuentas, digamoslo directamente, la filosofía de Peña es la del gobernante que sabe que basta llegarle al precio no al periodista común, sino al del dueño del medio para el que dicho periodista colabora.
De esta manera el simple reportero -que no es sino el último, el más humilde participante en la relación entre los medios y el poder- tendrá siempre que soportar que el gobernador haga lo que se le dé la gana con él, incluso humillarlo e ignorarlo. Al fin que el que paga, manda, ¿no es así?
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario