Publicado en el Semanario Punto. Toluca, México.
23 de febrero, 2010
Esta semana, señoras y señores, mis comentarios van dedicados a quienes, en una especie de fiebre patriotera se han dado a la tarea de linchar mediáticamente al entrenador de la selección mexicana de futbol, Javier Aguirre, mejor conocido como El Vasco.
Para empezar, no deja de sorprenderme cómo las declaraciones de un deportista son tomadas tan en serio y calan tan hondo en la conciencia nacional.
En una entrevista concedida a la cadena SER, de España, el entrenador mexicano afirmó que uno de los motivos por los que una vez concluído el mundial de Sudafrica ha decidido no continuar trabajando en México es que ha observado que en en el país hay niveles de violencia muy altos.
Lo cito textual: “(la violencia) ha permeado la sociedad, es indudable. Recuerdo hace 20 ó 25 años cuando yo todavía jugaba futbol, el narco ya estaba activo, pero ajustaban sus cuentas entre ellos, hoy sí no puedes andar en la calle tranquilamente porque de repente hay líos y te pilla en medio. Yo desde luego soy gente conocida, respetada, pero uno nunca sabe".
El Vasco se despachó con la cuchara grande y en una charla más digna de un café entre cuates que de una entrevista concedida al representante de un medio de comunicación, confesó sus temores acerca de la inseguridad que se vive en México. "Como lo de (Fernando) Cáceres -futbolista que recibió un balazo- y “joder, lo de (Salvador) Cabañas, -estrella paraguaya del club América, que también fue baleado- que es gente conocida y querida... pero siempre hay estos inadaptados, desquiciados.
Y de nuevo, el entrenador pecó de sincero: “yo, desde luego, tomo mis precauciones: mis hijos mayores viven en Madrid y yo me fui con mi mujer y con el pequeño, y llevamos ya casi un año. Esperaremos hasta el Mundial y luego me vendré para Europa para ver qué hay"
La verdad es que lo dicho por el entrenador mexicano no tiene absolutamente nada de equivocado. Ha dicho una verdad. Amarga. Pero es verdad.
Basta decir que por ejemplo, el Centro de Estudios Económicos del Sector Privado, que pertenece a la Coparmex, en un estudio referente a las cifras de inseguridad en México señala que “en México se han iniciado los cierres de empresas o la cancelación de inversiones por la inseguridad, generándose importantes costos sociales implícitos para nuestro país... es necesario que la autoridad redoble esfuerzos para proteger la integridad física de las personas y la propiedad de sus bienes, no sólo porque son derechos inalienables de los ciudadanos, sino también para alcanzar los beneficios sociales de un ambiente de seguridad que permita la realización de un mayor desarrollo económico y social.”
El estudio advierte que “la criminalidad en México ha presentado un crecimiento importante durante los últimos años. El aumento de la delincuencia en el país ha sido de tal magnitud, que ha ocasionado un fuerte sentimiento de inseguridad entre la población, particularmente en la del Distrito Federal y en la de ciudades fronterizas como Ciudad Juárez y Tijuana.”
Estas conclusiones no vienen de la boca de un deportista. No tienen que ver con la pasión futbolera. Son verdades que están al alcance de quien trata de observar la realidad mexicana con ojos críticos y sin detenerse a pensar lo que se puede o no decir para no herir las patrióticas (¿o institucionales?) susceptibilidades.
Por otra parte, he encontrado en la internet que durante el año 2007 se denunciaron 1 millón 578 mil 680 delitos, pero con base en la información de las Encuestas Nacionales sobre Inseguridad —ENSI—, se estima que se cometieron cerca de 13 millones 200 mil delitos (reconociendo que se registran tan sólo 12 por cada 100 delitos que se cometen).
De éstos, se calcula que el 0.05% son secuestros, tanto tradicionales como exprés, es decir 6,500 durante 2007 (denunciados y no denunciados ante las autoridades), lo que equivaldría a poco más de 17 secuestros al día en el país.
Y hablo solamente del año 2007, porque estoy simplemente retomando los datos del Instituto Ciudadano de Estudios sobre la Inseguridad (ICESI) en un informe que se publicó en agosto de 2008.
Un artículo publicado este mes por el mismo ICESI, firmado por el investigador Mario Arroyo, afirma que “en los últimos años ha quedado demostrado que la alternancia en el poder no es una variable que beneficie la provisión del servicio de seguridad pública. La desidia, improvisación y falta de visión de Estado de la clase política mexicana ha convertido a la seguridad pública, en lugar de una técnica de gobierno para mejorar la calidad de vida de los ciudadanos, en una suerte de populismo: gastar dinero de forma irracional con el propósito de adquirir legitimidad, trabajar más en el imaginario colectivo que en resolver los problemas que la inseguridad genera. Buscar votos y no detener delincuentes ha sido el objetivo último de las acciones en ese rubro”.
Arroyo, quien es investigador asociado a la Cátedra de Inteligencia Estratégica de la EGAP del ITESM afirma que “hoy la mentira se ha develado, la farsa ha caído por el peso de la realidad... no habrá estrategia de comunicación que pueda ya ocultar la realidad”.
Y como Miguel Arroyo no es el entrenador de los guerreros verdes, no tendrá que disculparse públicamente ni tampoco tratarán de lincharlo en los periódicos nacionales.
Hoy dedico estas líneas a los patrioteros que quieren tapar el sol con un dedo. A quienes piensan que decir que en México resulta cada vez más difícil vivir serenamente es demostrar el más puro malinchismo.
Con todo el amor que la patria puede despertar en una mexicana que vive a miles de kilómetros de distancia, es necesario decir que no es posible negar las evidencias. La inseguridad es un problema real, de todos, que se manifiesta diariamente y que no puede seguir ocultándose.
Así que me uno al Vasco y a los mexicanos que sabemos que la situación está yendo de mal en peor y solamente espero que en lugar de lincharnos, haya quien tenga la claridad y sobre todo, la capacidad de acción suficiente para proponer soluciones viables y contribuir a llevarlas a la práctica.
miércoles, 24 de febrero de 2010
sábado, 20 de febrero de 2010
Las buenas conciencias y el matrimonio gay
Publicado en el Semanario Punto. Toluca, México.
16 de febrero, 2010
Es preciso reconocer que antes de escribir estas líneas, tuve que dar un amplio espacio a la reflexión. Porque en estos tiempos, el tema del que me ocupo parece calar muy profundamente en las buenas conciencias y la verdad es que no me gustaría herir susceptibilidades.
Pero francamente, creo que en México se está llegando a un pésimo momento en que el espacio público está invadiendo el ámbito privado y peor aún: las instituciones públicas se están dando a la tarea de juzgar las decisiones de las personas en materia sexual.
La moral se está convirtiendo en un asunto de Estado, y a decir verdad, no se puede decir que se trate de un argumento en que las autoridades deban intervenir, especialmente en un país teóricamente democrático.
Lo digo porque aunada a la controversia mediática que se ha desarrollado en los últimos meses luego de que en diciembre de 2009 en el Distrito Federal se aprobó el matrimonio entre personas del mismo sexo, ahora el gobernador de Jalisco, Emilio González Márquez, presentó una demanda de controversia constitucional ante la Suprema Corte de Justicia la Nación (SCJN) para pedir que las bodas gay en el Distrito Federal sean declaradas inconstitucionales.
El argumento oficial es que “estas reformas podrían obligar a los estados y municipios a reconocer el matrimonio entre parejas del mismo sexo y así, en Jalisco, se les otorgarían los mismos derechos que al matrimonio reconocido en sus leyes”.
Ni hablar. Una más del “gober piadoso”.
Todavía recuerdo que en el 2008 el mismo mandatario jalisciense tuvo la genial idea de presentarse borracho para gritarle al mundo sacando a relucir su mejor colección de majaderías, que él hace lo que debe hacerse por el estado que gobierna. Por lo mismo en esos tiempos decidió regalarle a la Iglesia católica 15 millones de pesos.
El gobernador González Márquez, -obvio, como ferviente católico antes que como gobernador- se pone de parte de quienes consideran incorrecto que las parejas del mismo sexo se unan bajo el reconocimiento y la protección de la ley.
Aunque el pacto federal es un acuerdo entre estados libres y soberanos, de acuerdo con el razonamiento del gober, la aprobación del matrimonio homosexual en el DF podría “obligar a los estados y municipios a reconocer el matrimonio entre parejas del mismo sexo y así, en Jalisco, se les otorgarían los mismos derechos que al matrimonio reconocido en sus leyes”.
¿Y???? Me viene espontáneo, casi emulando a una antipática pseudo cantante mexicana. Si los estados se ven obligados a proteger, aceptar, tutelar y reconocer a las parejas gay que contraen matrimonio en el DF, ¿cuál es el problema?
Para empezar, no creo que haya filas interminables, millones de parejas gay haciendo fila para casarse. De por sí el matrimonio es una institución casi fuera de moda.
Pero para los pocos que se decidan, probablemente será muy difícil la vida aún cuando hayan obtenido el reconocimiento legal para su unión, Porque el reconocimiento de la sociedad tardará en llegar, si es que llega.
¿Por qué? Simplemente porque los emilios gonzales abundan en México, donde, de acuerdo con cifras dadas a conocer por la Cámara de Diputados de nuestro país, entre 2002 y 2007 fueron asesinadas 1000 personas en crímenes homofóbicos.
Y las cosas no han cambiado mucho en los últimos tres años como para decir que en México no se llega a niveles tan altos que estamos hablando del segundo país con mayor índice de crímenes homofóbicos después de Brasil.
Las cifras que se pueden encontrar sin problemas en Internet son escalofriantes. Por ejemplo, destaca que solamente en Michoacán, de enero a agosto de 2009 fueron asesinados 40 homosexuales, casi todos en la zona conocida como Tierra Caliente.
Un estudio de la UAM Unidad Xochimilco publicado en el 2007 señala que las discriminaciones más frecuentes hacia los homosexuales fueron: “ la no contratación en un empleo, 13 por ciento; amenaza de extorsión y detención por policías, 11 por ciento; y maltrato de empleados, 10 por ciento”.
Así que no es extraño que medio México ponga el grito en el cielo porque ya es posible ver casados a hombres con hombres y a mujeres con mujeres. Eso sí que es escandaloso, afecta a todos y ofende a las buenas conciencias. Esa sí que es violencia pura y no se puede ni se debe tolerar.
O al menos esa es mi humilde interpretación. En México se puede ser narcotraficante, se puede ser político de dudosa honestidad, se puede participar en todas y cada una de las formas de corrupción que sabemos que existen. Pero ojo: no se puede ser gay o lesbiana y mucho menos se puede pretender legalizar la unión. Eso ya no es solamente pecado: es casi un delito.
Una encuesta del 2006 arroja resultados aún más vergonzosos: 71% de los jóvenes mexicanos no aceptaría que se le dieran los mismos derechos a los homosexuales que a los heterosexuales. Obvio, los jóvenes mexicanos no son sino el resultado de una educación tradicional que me atrevo a considerar casi mojigata.
La misma encuesta da como conclusiones que el 33% de los mexicanos siente aversión por los homosexuales; un 40% no quiere políticos destacados homosexuales y un 32% no quiere vecinos homosexuales.
Por eso no me extraña en absoluto lo que el gober piadoso propone, ni me parece lejano que la aprobación de las bodas gay no dure y se quede sólo en un buen intento. Porque todo aquello que permita a los seres humanos ser felices sin molestar a los otros, es un buen intento.
Lo malo es que como siempre, las buenas conciencias gobiernan y deciden hasta cómo nos debemos comportar en la intimidad de la alcoba. Qué pena.
16 de febrero, 2010
Es preciso reconocer que antes de escribir estas líneas, tuve que dar un amplio espacio a la reflexión. Porque en estos tiempos, el tema del que me ocupo parece calar muy profundamente en las buenas conciencias y la verdad es que no me gustaría herir susceptibilidades.
Pero francamente, creo que en México se está llegando a un pésimo momento en que el espacio público está invadiendo el ámbito privado y peor aún: las instituciones públicas se están dando a la tarea de juzgar las decisiones de las personas en materia sexual.
La moral se está convirtiendo en un asunto de Estado, y a decir verdad, no se puede decir que se trate de un argumento en que las autoridades deban intervenir, especialmente en un país teóricamente democrático.
Lo digo porque aunada a la controversia mediática que se ha desarrollado en los últimos meses luego de que en diciembre de 2009 en el Distrito Federal se aprobó el matrimonio entre personas del mismo sexo, ahora el gobernador de Jalisco, Emilio González Márquez, presentó una demanda de controversia constitucional ante la Suprema Corte de Justicia la Nación (SCJN) para pedir que las bodas gay en el Distrito Federal sean declaradas inconstitucionales.
El argumento oficial es que “estas reformas podrían obligar a los estados y municipios a reconocer el matrimonio entre parejas del mismo sexo y así, en Jalisco, se les otorgarían los mismos derechos que al matrimonio reconocido en sus leyes”.
Ni hablar. Una más del “gober piadoso”.
Todavía recuerdo que en el 2008 el mismo mandatario jalisciense tuvo la genial idea de presentarse borracho para gritarle al mundo sacando a relucir su mejor colección de majaderías, que él hace lo que debe hacerse por el estado que gobierna. Por lo mismo en esos tiempos decidió regalarle a la Iglesia católica 15 millones de pesos.
El gobernador González Márquez, -obvio, como ferviente católico antes que como gobernador- se pone de parte de quienes consideran incorrecto que las parejas del mismo sexo se unan bajo el reconocimiento y la protección de la ley.
Aunque el pacto federal es un acuerdo entre estados libres y soberanos, de acuerdo con el razonamiento del gober, la aprobación del matrimonio homosexual en el DF podría “obligar a los estados y municipios a reconocer el matrimonio entre parejas del mismo sexo y así, en Jalisco, se les otorgarían los mismos derechos que al matrimonio reconocido en sus leyes”.
¿Y???? Me viene espontáneo, casi emulando a una antipática pseudo cantante mexicana. Si los estados se ven obligados a proteger, aceptar, tutelar y reconocer a las parejas gay que contraen matrimonio en el DF, ¿cuál es el problema?
Para empezar, no creo que haya filas interminables, millones de parejas gay haciendo fila para casarse. De por sí el matrimonio es una institución casi fuera de moda.
Pero para los pocos que se decidan, probablemente será muy difícil la vida aún cuando hayan obtenido el reconocimiento legal para su unión, Porque el reconocimiento de la sociedad tardará en llegar, si es que llega.
¿Por qué? Simplemente porque los emilios gonzales abundan en México, donde, de acuerdo con cifras dadas a conocer por la Cámara de Diputados de nuestro país, entre 2002 y 2007 fueron asesinadas 1000 personas en crímenes homofóbicos.
Y las cosas no han cambiado mucho en los últimos tres años como para decir que en México no se llega a niveles tan altos que estamos hablando del segundo país con mayor índice de crímenes homofóbicos después de Brasil.
Las cifras que se pueden encontrar sin problemas en Internet son escalofriantes. Por ejemplo, destaca que solamente en Michoacán, de enero a agosto de 2009 fueron asesinados 40 homosexuales, casi todos en la zona conocida como Tierra Caliente.
Un estudio de la UAM Unidad Xochimilco publicado en el 2007 señala que las discriminaciones más frecuentes hacia los homosexuales fueron: “ la no contratación en un empleo, 13 por ciento; amenaza de extorsión y detención por policías, 11 por ciento; y maltrato de empleados, 10 por ciento”.
Así que no es extraño que medio México ponga el grito en el cielo porque ya es posible ver casados a hombres con hombres y a mujeres con mujeres. Eso sí que es escandaloso, afecta a todos y ofende a las buenas conciencias. Esa sí que es violencia pura y no se puede ni se debe tolerar.
O al menos esa es mi humilde interpretación. En México se puede ser narcotraficante, se puede ser político de dudosa honestidad, se puede participar en todas y cada una de las formas de corrupción que sabemos que existen. Pero ojo: no se puede ser gay o lesbiana y mucho menos se puede pretender legalizar la unión. Eso ya no es solamente pecado: es casi un delito.
Una encuesta del 2006 arroja resultados aún más vergonzosos: 71% de los jóvenes mexicanos no aceptaría que se le dieran los mismos derechos a los homosexuales que a los heterosexuales. Obvio, los jóvenes mexicanos no son sino el resultado de una educación tradicional que me atrevo a considerar casi mojigata.
La misma encuesta da como conclusiones que el 33% de los mexicanos siente aversión por los homosexuales; un 40% no quiere políticos destacados homosexuales y un 32% no quiere vecinos homosexuales.
Por eso no me extraña en absoluto lo que el gober piadoso propone, ni me parece lejano que la aprobación de las bodas gay no dure y se quede sólo en un buen intento. Porque todo aquello que permita a los seres humanos ser felices sin molestar a los otros, es un buen intento.
Lo malo es que como siempre, las buenas conciencias gobiernan y deciden hasta cómo nos debemos comportar en la intimidad de la alcoba. Qué pena.
miércoles, 10 de febrero de 2010
Opinionitis... declaracionitis...
Publicado en el Semanario Punto. Toluca, México.
09 de febrero, 2010
Esta semana honestamente no supe siquiera cómo iniciar a escribir este espacio. La verdad es que los argumentos son muchos. Ultimamente los medios de comunicación se han dado más que nunca a la tarea de bombardearnos de novedades.
Obvio, los hechos ahí están y son todos importantes. Pero si a la natural relevancia aumentamos la predisposición de la prensa, la radio y la televisión para hacerlos existir y persistir, nos encontramos ante una marea de información que en apariencia nos incumbe y nos afecta directamente.
Por una parte, en México encontramos situaciones tan serias y lamentables como las lluvias, las inundaciones y las aguas negras que cubrieron al Valle de México. Un riesgo real de epidemias y una discusión inútil entre las autoridades que pelearon sin el menor pudor por demostrar quién es más eficiente en un momento en que honestamente lo que menos importa es “quién” hace sino “qué” hace para resolver un problema delicado que afecta a miles de familias mexicanas.
Otra más de esas situaciones serias que reportan los medios mexicanos es la que se vive en Ciudad Juárez, en el estado de Chihuahua, donde de pronto todos parecen seriamente preocupados por resolver una situación angustiosa de inseguridad que pareciera haber comenzado en los últimos quince días, pero que en realidad tuvo su origen hace mucho más tiempo.
Porque es bien sabido que hablar de esa ciudad fronteriza es aludir a un montón de problemas que van desde la desaparición y el asesinato de cientos de mujeres, hasta el dominio del narcotráfico y la reciente masacre de un grupo de jóvenes.
Y ahí de nuevo un brillante político se dio el lujo de decir que los 16 muchachos fallecidos eran “pandilleros” para luego retractarse, mientras el gobernador Baeza anunció su intención de trasladar los tres poderes de Chihuahua a Ciudad Juárez, aunque no se sabe bien con qué intenciones o cuáles serían los resultados de tan valiente acción. A lo mejor el gobernador está ya pensando en las elecciones locales de julio y por eso de repente se siente con ganas de remediar la tremenda situación de su entidad.
Mientras, en Italia la situación no podría ser menos comprometedora. Nuestro querido premier, Silvio Berlusconi, en su reciente visita a Israel no ha medido el tono de su mensaje y simplemente decidió usar los micrófonos y las cámaras para adular al pueblo israelí en forma tan exagerada que terminó hablando de su sueño de ver a Israel formar parte de la Unión europea.
Las palabras de Berlusca no pararon ahí, pues decidió hacer una alusión a los países que “ponen en discusión la existencia de Israel”. Obviamente el país que ha amenazado directamente a los israelíes es Irán, cuyo presidente, Mahmoud Ahmadinejad ha usado los medios de comunicación continuamente para amenazar con borrar Israel de la faz de la tierra.
¿Resultado de la declaración de amor hacia Israel por parte de Berlusconi? El ataque a la embajada italiana en Teherán, bajo la consigna “muerte a Berlusconi, muerte a Italia”.
Tres hechos sin conexión obviamente. Pero aunque parezca disparatado, todos tienen en común la intervención poco prudente de los políticos que de repente parecen no tener freno y deciden expresar -premeditadamente o no- cualquier cosa que les viene a la mente.
El problema en todos los casos es que hoy en día los medios de comunicación están listos para reproducir hasta la mínima frase y el más trivial de los gestos de los hombres públicos.
En realidad, el periodismo se ha vuelto simplemente una caza despiadada a la opinión de quienes cuando tienen frente a sí una cámara o un micrófono. Los polícos, politiquillos y politicuchos de todos los niveles simple y sencillamente actúan por puro instinto y en su afán de hacerse notar no miden las consecuencias de lo que dicen, causando con ello situaciones que van desde la incomodidad hasta el conflicto.
Si analizamos fríamente los contenidos, veremos que la mayor parte de los diarios y de los noticiarios se ocupa precisamente de dar cuenta de las opiniones de los -más o menos- poderosos. Lo interesante es saber que los periodistas modernos parecen estar plenamente conscientes de que mientras más descabellada, grotesca, ilógica, incoherente, agresiva e imprudente sea la frase, mayor espacio informativo ocupará.
Declaracionitis y opinionitis son las enfermedades más comunes que aquejan a los medios. Lo importante no es si hay un serio problema que requiere una solución urgente. Lo que cuenta es quién dice qué acerca de ese problema. Quién culpa a quién, quién defiende a quién.
El peso específico de una declaración es mayor si al hacerla se tocan los intereses del enemigo político.
Por eso el periodista de hoy no tiene necesidad de saber más o conocer más sobre el problema. Basta presionar un poco y la lengua del político soltará el veneno necesario y dará de qué hablar por muchos días,
Lo importante no es profundizar ni investigar. Lo interesante es poner la trampa adecuada o tener la capacidad suficiente para encontrar la frase que vende, que llama la atención, que compromete.
Algunos políticos -véase Berlusconi- son especialistas en complicarse solos la existencia. Otros son más prudentes y los periodistas tienen mayores problemas para encontrar la forma de hacerlos dar la nota.
Y sin embargo, la declaracionitis reina soberana y la investigación periodística sencillamente es una actividad del pasado que a nadie parece interesar.
Lo que importa son los hechos, no las palabras. Paradójicamente, los medios se ocupan cada día de convertir las palabras de todos, hasta de los funcionarios más insignificantes, en hechos que nos afectan, que nos involucran, que nos pertenecen.
Serio problema que no nos deja distinguir lo que de verdad es preocupante. Ni hablar, son los vicios del sistema informativo de todo el mundo que por desgracia a estas alturas parece casi imposible erradicar.
09 de febrero, 2010
Esta semana honestamente no supe siquiera cómo iniciar a escribir este espacio. La verdad es que los argumentos son muchos. Ultimamente los medios de comunicación se han dado más que nunca a la tarea de bombardearnos de novedades.
Obvio, los hechos ahí están y son todos importantes. Pero si a la natural relevancia aumentamos la predisposición de la prensa, la radio y la televisión para hacerlos existir y persistir, nos encontramos ante una marea de información que en apariencia nos incumbe y nos afecta directamente.
Por una parte, en México encontramos situaciones tan serias y lamentables como las lluvias, las inundaciones y las aguas negras que cubrieron al Valle de México. Un riesgo real de epidemias y una discusión inútil entre las autoridades que pelearon sin el menor pudor por demostrar quién es más eficiente en un momento en que honestamente lo que menos importa es “quién” hace sino “qué” hace para resolver un problema delicado que afecta a miles de familias mexicanas.
Otra más de esas situaciones serias que reportan los medios mexicanos es la que se vive en Ciudad Juárez, en el estado de Chihuahua, donde de pronto todos parecen seriamente preocupados por resolver una situación angustiosa de inseguridad que pareciera haber comenzado en los últimos quince días, pero que en realidad tuvo su origen hace mucho más tiempo.
Porque es bien sabido que hablar de esa ciudad fronteriza es aludir a un montón de problemas que van desde la desaparición y el asesinato de cientos de mujeres, hasta el dominio del narcotráfico y la reciente masacre de un grupo de jóvenes.
Y ahí de nuevo un brillante político se dio el lujo de decir que los 16 muchachos fallecidos eran “pandilleros” para luego retractarse, mientras el gobernador Baeza anunció su intención de trasladar los tres poderes de Chihuahua a Ciudad Juárez, aunque no se sabe bien con qué intenciones o cuáles serían los resultados de tan valiente acción. A lo mejor el gobernador está ya pensando en las elecciones locales de julio y por eso de repente se siente con ganas de remediar la tremenda situación de su entidad.
Mientras, en Italia la situación no podría ser menos comprometedora. Nuestro querido premier, Silvio Berlusconi, en su reciente visita a Israel no ha medido el tono de su mensaje y simplemente decidió usar los micrófonos y las cámaras para adular al pueblo israelí en forma tan exagerada que terminó hablando de su sueño de ver a Israel formar parte de la Unión europea.
Las palabras de Berlusca no pararon ahí, pues decidió hacer una alusión a los países que “ponen en discusión la existencia de Israel”. Obviamente el país que ha amenazado directamente a los israelíes es Irán, cuyo presidente, Mahmoud Ahmadinejad ha usado los medios de comunicación continuamente para amenazar con borrar Israel de la faz de la tierra.
¿Resultado de la declaración de amor hacia Israel por parte de Berlusconi? El ataque a la embajada italiana en Teherán, bajo la consigna “muerte a Berlusconi, muerte a Italia”.
Tres hechos sin conexión obviamente. Pero aunque parezca disparatado, todos tienen en común la intervención poco prudente de los políticos que de repente parecen no tener freno y deciden expresar -premeditadamente o no- cualquier cosa que les viene a la mente.
El problema en todos los casos es que hoy en día los medios de comunicación están listos para reproducir hasta la mínima frase y el más trivial de los gestos de los hombres públicos.
En realidad, el periodismo se ha vuelto simplemente una caza despiadada a la opinión de quienes cuando tienen frente a sí una cámara o un micrófono. Los polícos, politiquillos y politicuchos de todos los niveles simple y sencillamente actúan por puro instinto y en su afán de hacerse notar no miden las consecuencias de lo que dicen, causando con ello situaciones que van desde la incomodidad hasta el conflicto.
Si analizamos fríamente los contenidos, veremos que la mayor parte de los diarios y de los noticiarios se ocupa precisamente de dar cuenta de las opiniones de los -más o menos- poderosos. Lo interesante es saber que los periodistas modernos parecen estar plenamente conscientes de que mientras más descabellada, grotesca, ilógica, incoherente, agresiva e imprudente sea la frase, mayor espacio informativo ocupará.
Declaracionitis y opinionitis son las enfermedades más comunes que aquejan a los medios. Lo importante no es si hay un serio problema que requiere una solución urgente. Lo que cuenta es quién dice qué acerca de ese problema. Quién culpa a quién, quién defiende a quién.
El peso específico de una declaración es mayor si al hacerla se tocan los intereses del enemigo político.
Por eso el periodista de hoy no tiene necesidad de saber más o conocer más sobre el problema. Basta presionar un poco y la lengua del político soltará el veneno necesario y dará de qué hablar por muchos días,
Lo importante no es profundizar ni investigar. Lo interesante es poner la trampa adecuada o tener la capacidad suficiente para encontrar la frase que vende, que llama la atención, que compromete.
Algunos políticos -véase Berlusconi- son especialistas en complicarse solos la existencia. Otros son más prudentes y los periodistas tienen mayores problemas para encontrar la forma de hacerlos dar la nota.
Y sin embargo, la declaracionitis reina soberana y la investigación periodística sencillamente es una actividad del pasado que a nadie parece interesar.
Lo que importa son los hechos, no las palabras. Paradójicamente, los medios se ocupan cada día de convertir las palabras de todos, hasta de los funcionarios más insignificantes, en hechos que nos afectan, que nos involucran, que nos pertenecen.
Serio problema que no nos deja distinguir lo que de verdad es preocupante. Ni hablar, son los vicios del sistema informativo de todo el mundo que por desgracia a estas alturas parece casi imposible erradicar.
miércoles, 3 de febrero de 2010
Las alianzas sospechosas
Publicado en el Semanario Punto. Toluca, México.
02 de febrero, 2010
Esta semana, revisando las noticias, me encuentro con una sorpresa que se venia gestando desde hace algún tiempo, y que honestamente non pensé que llegara a convertirse en realidad.
Se trata de una auténtica aberración, sinceramente. O mejor dicho, se trata de la prueba tangible de que en política no hay nada escrito y de que para alcanzar el poder no hay límites, especialmente porque los principios, kos ideales y las convicciones pueden resultar inútiles y hasta estorbosos.
La verdad es que cuando me enteré de lo que ocurre en el estado de Durango, comprendí que el maquiavélico principio de “el fin justifica los medios” no puede ser más atinado.
Vayamos por partes. La noticia a la que me refiero es la candidatura del expriísta duranguense José Aispuro a la gubernatura de Durango, como abanderado de una alianza entre los partidos Acción Nacional y de la Revolución democrática.
Como experimento electoral (¿o debería decirse “electorero”?) hasta se antoja interesante. Digamos que es una estrategia de “todos unidos contra el PRI”, que para obtener una gubernatura podría funcionar.
Pero analizando las cosas con calma y sin pretender rasgarme las vestiduras, hay que pensar que el ser “anti priísta” debe ser parte de los principios de albiazules y amarillos, pero ¡por separado!
De otra manera, no se concibe una alianza entre los panistas que buscan “una patria ordenada y generosa” y los perredistas que aspiran a la “democracia ya, patria para todos”.
El PAN, que oficialmente se define como un partido “centro humanista” pero del cual son conocidas sus tendencias netamente de derecha, nada tendría que ver con los ideales de izquierda enarbolados por el PRD.
Lo que queda claro es que ambas instituciones políticas se encuentran unidas contra el autoritario PRI, el partido que durante 70 años ejerció en México el poder público y que después de las últimas elecciones presidenciales parece tomar un segundo aire, aprovechando por una parte los errores de sus oponentes y por otra la presencia entre sus filas de algunos precandidatos presidenciales que podrían ganarse la simpatía de los electores para las elecciones del 2012.
Que el PRI se está reponiendo, no es una novedad. Como tampoco lo es que su renacimiento tiene su origen en las equivocaciones de los adversarios.
La fallida guerra contra el narcotráfico iniciada por el presidente Calderón ha causado que muchos ciudadanos vuelvan la vista hacia la seguridad que les podrían inspirar el partidazo y su experiencia. Es sin duda un buen momento para que los tricolores enarbolen de nuevo la bandera de la paz social que más de una vez les sirvió para ganarse el llamado voto del miedo.
Y por otra parte, los perredistas se muestran como una fuerza política desorganizada que por un lado, tiene la incómoda y bizarra figura de Andrés Manuel López Obrador y sus sueños guajiros de ser presidente, y por otro cuenta con las acciones casi temerarias de un gobierno del Distrito Federal demasiado progresista para una sociedad mexicana que todavía no está lista para afrontar las medidas gubernamentales que tienen que ver con la moral pública, como la legalización del aborto o el matrimonio entre personas del mismo sexo.
Errores del PAN y del PRD que el PRI está capitalizando, ganando elecciones por todas partes. Y no porque el PRI haya cambiado, pues como dicen los italianos “el lobo pierde el pelo, pero no el vicio”, sino porque los mexicanos a veces razonamos bajo el principio que “más vale malo por conocido que bueno por conocer”.
Pero francamente, bajo ninguna circunstancia me parece inteligente pensar que la alianza entre panistas y perredistas sea adecuada, coherente, lógica, normal o por lo menos decente.
No tiene otra razón de ser que la de acabar con el enemigo y aferrarse a un triunfo electoral que a fin de cuentas, en caso de producirse, terminaría por degenerar en un pleitazo por los huesos en el gabinete duranguense.
Porque así son nuestros políticos. Los nuestros y los de todas partes. Digamos que si leemos los principios que rigen a cada uno de los partidos políticos nos daremos cuenta que todos persiguen el bien común. De eso no hay que dudar. De lo que hay que dudar es del estilo en que cada uno concibe el bienestar.
Porque hasta ahora, panistas, perredistas y priístas han mantenido en todos los rincones de México donde les ha sido concedido gobernar las mismas tristes circunstancias.
La realidad del país no ha cambiado y la corrupción y el desorden son los verdaderos gobernantes. Sin importar colores, banderas o ideales políticos. No ha habido una verdadera alternancia, no se ha verificado ese cambio tantas veces prometido. Seguimos siendo pobres, ignorantes. Nos sigue faltando la esperanza y no encontramos la manera para crecer de verdad, por la sencilla razón que tenemos un Estado que no sabe cómo dirigir los destinos de la nación.
Ni azules, ni amarillos ni tricolores nos han dado progreso, orden, paz o bienestar.
Y si para colmo nuestros brillantes políticos ahora deciden unir sus fuerzas con el solo objetivo de obtener el poder... ¡Estamos hundidos, mexicanos!
02 de febrero, 2010
Esta semana, revisando las noticias, me encuentro con una sorpresa que se venia gestando desde hace algún tiempo, y que honestamente non pensé que llegara a convertirse en realidad.
Se trata de una auténtica aberración, sinceramente. O mejor dicho, se trata de la prueba tangible de que en política no hay nada escrito y de que para alcanzar el poder no hay límites, especialmente porque los principios, kos ideales y las convicciones pueden resultar inútiles y hasta estorbosos.
La verdad es que cuando me enteré de lo que ocurre en el estado de Durango, comprendí que el maquiavélico principio de “el fin justifica los medios” no puede ser más atinado.
Vayamos por partes. La noticia a la que me refiero es la candidatura del expriísta duranguense José Aispuro a la gubernatura de Durango, como abanderado de una alianza entre los partidos Acción Nacional y de la Revolución democrática.
Como experimento electoral (¿o debería decirse “electorero”?) hasta se antoja interesante. Digamos que es una estrategia de “todos unidos contra el PRI”, que para obtener una gubernatura podría funcionar.
Pero analizando las cosas con calma y sin pretender rasgarme las vestiduras, hay que pensar que el ser “anti priísta” debe ser parte de los principios de albiazules y amarillos, pero ¡por separado!
De otra manera, no se concibe una alianza entre los panistas que buscan “una patria ordenada y generosa” y los perredistas que aspiran a la “democracia ya, patria para todos”.
El PAN, que oficialmente se define como un partido “centro humanista” pero del cual son conocidas sus tendencias netamente de derecha, nada tendría que ver con los ideales de izquierda enarbolados por el PRD.
Lo que queda claro es que ambas instituciones políticas se encuentran unidas contra el autoritario PRI, el partido que durante 70 años ejerció en México el poder público y que después de las últimas elecciones presidenciales parece tomar un segundo aire, aprovechando por una parte los errores de sus oponentes y por otra la presencia entre sus filas de algunos precandidatos presidenciales que podrían ganarse la simpatía de los electores para las elecciones del 2012.
Que el PRI se está reponiendo, no es una novedad. Como tampoco lo es que su renacimiento tiene su origen en las equivocaciones de los adversarios.
La fallida guerra contra el narcotráfico iniciada por el presidente Calderón ha causado que muchos ciudadanos vuelvan la vista hacia la seguridad que les podrían inspirar el partidazo y su experiencia. Es sin duda un buen momento para que los tricolores enarbolen de nuevo la bandera de la paz social que más de una vez les sirvió para ganarse el llamado voto del miedo.
Y por otra parte, los perredistas se muestran como una fuerza política desorganizada que por un lado, tiene la incómoda y bizarra figura de Andrés Manuel López Obrador y sus sueños guajiros de ser presidente, y por otro cuenta con las acciones casi temerarias de un gobierno del Distrito Federal demasiado progresista para una sociedad mexicana que todavía no está lista para afrontar las medidas gubernamentales que tienen que ver con la moral pública, como la legalización del aborto o el matrimonio entre personas del mismo sexo.
Errores del PAN y del PRD que el PRI está capitalizando, ganando elecciones por todas partes. Y no porque el PRI haya cambiado, pues como dicen los italianos “el lobo pierde el pelo, pero no el vicio”, sino porque los mexicanos a veces razonamos bajo el principio que “más vale malo por conocido que bueno por conocer”.
Pero francamente, bajo ninguna circunstancia me parece inteligente pensar que la alianza entre panistas y perredistas sea adecuada, coherente, lógica, normal o por lo menos decente.
No tiene otra razón de ser que la de acabar con el enemigo y aferrarse a un triunfo electoral que a fin de cuentas, en caso de producirse, terminaría por degenerar en un pleitazo por los huesos en el gabinete duranguense.
Porque así son nuestros políticos. Los nuestros y los de todas partes. Digamos que si leemos los principios que rigen a cada uno de los partidos políticos nos daremos cuenta que todos persiguen el bien común. De eso no hay que dudar. De lo que hay que dudar es del estilo en que cada uno concibe el bienestar.
Porque hasta ahora, panistas, perredistas y priístas han mantenido en todos los rincones de México donde les ha sido concedido gobernar las mismas tristes circunstancias.
La realidad del país no ha cambiado y la corrupción y el desorden son los verdaderos gobernantes. Sin importar colores, banderas o ideales políticos. No ha habido una verdadera alternancia, no se ha verificado ese cambio tantas veces prometido. Seguimos siendo pobres, ignorantes. Nos sigue faltando la esperanza y no encontramos la manera para crecer de verdad, por la sencilla razón que tenemos un Estado que no sabe cómo dirigir los destinos de la nación.
Ni azules, ni amarillos ni tricolores nos han dado progreso, orden, paz o bienestar.
Y si para colmo nuestros brillantes políticos ahora deciden unir sus fuerzas con el solo objetivo de obtener el poder... ¡Estamos hundidos, mexicanos!
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