Publicado en el Semanario Punto. Toluca, México.
09 de marzo, 2009.
Mientras escribo estas líneas, estoy sinceramente tratando de contener mi más profunda indignación, luego de leer las declaraciones del presidente de Francia, Nicolás Sarkozy, quien durante su reciente visita a México expresó ante el Senado de la República que “el mundo espera más” de nuestro país.
Hasta ahí puedo incluso estar de acuerdo, no hay problema. Es verdad que nuestra nación ha llegado al punto en que requiere un reconocimiento internacional que vaya más allá de considerarnos los simpáticos y folklóricos miembros de la comunidad internacional, llenos de problemas, pobres, corruptos y para nada democráticos.
Lo que honestamente me pone bastante nerviosa es que Sarkozy expresara -muy probablemente no sólo a nombre de Francia, sino en representación de toda la comunidad europea- que para que México tenga mayor relevancia en los organismos internacionales “además de derechos, ello también incluye deberes: el precio de la sangre de los soldados, que deben ser enviados a otros países cuando se necesite para preservar la paz.”
Todavía no termino de digerir la declaración, honestamente. No alcanzo a comprender si es una especie de burla o si el primer ciudadano francés estaba hablando seriamente.
Pienso que a Sakozy nadie le enseñó nunca que el buen juez por su casa empieza, y que en este momento histórico México tiene obligaciones urgentes por atender, problemas internos demasiado serios por resolver que exigen acciones importantes y hacen pasar a un nivel secundario el interés por quedar bien ante la comunidad internacional.
Porque no quiero imaginar siquiera lo que ocurriría si con tal de que nuestro país sea visto como “una gran nación”, las autoridades mexicans deciden participar con la Organización de las Naciones Unidas en las tan controversiales misiones de paz.
Cabe aclarar que las citadas misiones son uno de los medios que las Naciones Unidas emplean con el fin de mantener la paz y la seguridad internacionales. Tales grupos militares, conocidos como Cascos Azules, están integrados por fuerzas internacionales bajo el mando de la ONU, y tienen como finalidad de “apoyar la vigilancia y resolver conflictos entre países hostiles y/o entre comunidades hostiles dentro de un mismo país”, de acuerdo con el centro de información on line de la propria Organización, que además indica que se trata de una “técnica innovadora del mantenimiento de la paz... que se basa en el concepto de que 'un soldado es un catalizador de la paz, no un instrumento de guerra'".
Pero de hecho, las acciones de la ONU en dichas misiones han sido más de una vez motivo de discusión, especialmente en lo tocante a su carencia de parcialidad, su ineficacia y hasta en algunos casos en que se ha hablado de presuntas violaciones cometidas contra la población civil.
Así las cosas, con todo respeto hacia Nicolás Sarkozy, y sin afán de desilusionarlo, simplemente no puedo visualizar a nuestros soldados como parte de los Cascos Azules. No es el momento. Así como tampoco me parece justo, inteligente o al menos decente que un gobernante europeo se presente ante el senado mexicano para pedir a nuestro gobierno la sangre de nuestros soldados a cambio de un lugar en el mundo como “gran nación”.
Y es que una verdadera gran nación comienza por preocuparse verdaderamente por sus ciudadanos, haciendo de todo por darles seguridad y bienestar. Y francamente eso no es lo que está ocurriendo en México. Nuestro Ejército en definitiva no está preparado siquiera para combatir efectivamente el crimen organizado. En algunas ocasiones, los soldados mexicanos han caído víctimas de emboscadas por parte del narco. En otras, se ha descubierto la participación de jefes militares en actividades ilícitas.
Los soldados mexicanos están más que ocupados en una guerra contra el narcotráfico que parece irremediablemente perdida. Me atrevería a decir que las circunstancias de México son tan críticas que de acuerdo con los acontecimientos, no dudo que sea nuestra nación la que en el futuro requiera la intervención de los soldados de la ONU.
Recordemos que apenas en enero pasado un informe elaborado por el Comando Conjunto de las Fuerzas de Estados Unidos, dedicado a ofrecer una visión de los problemas estratégicos en los próximos 25 años, apuntaba que en México “el gobierno, sus políticos, la policía y la infraestructura judicial están todos bajo asalto y presionados de manera sostenida por bandas criminales y cárteles de la droga”.
De hecho entonces el gobierno de los Estados Unidos hablaba de que “el creciente asalto de los cárteles de drogas y sus hampones sobre el gobierno mexicano durante los años pasados recuerda que un México inestable podría representar un problema de seguridad de proporciones inmensas para Estados Unidos”.
En realidad, queda claro que el comportamiento ineficaz del gobierno mexicano nos aleja cada vez más de al menos parecer la “gran nación” de la que hablaba Sarkozy.
Por eso sinceramente, mandar a nuestros soldados como carne de cañón y preocuparnos por participar en los organismos internacionales no parece la forma apropiada para ganar el respeto de las naciones.
Recordemos que otros países latinoamericanos participan ya con la ONU mandando soldados a las misiones de paz y no por ello son protagonistas importantes de la esfera mundial, ni su opinión cambia el giro de los acontecimientos.
Aunque lo proponga Sarkozy y con él probablemente los demás países europeos, no es éste el momento ni tampoco es la forma para buscar el respeto de la comunidad internacional. Sobre todo, porque a decir verdad, participar con la ONU en las misiones de paz no nos dará reconocimiento alguno y por el contrario, efectivamente hay una alta probabilidad de pagar con sangre el precio del hambre de notoriedad de nuestro gobierno, que al momento parece solamente esperar la aprobación extranjera, dado que es precisamente eso, prestigio y aprobación lo que le falta al interior.
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