viernes, 1 de octubre de 2010

La pena de muerte no es igual en todas partes...

Publicado en el Semanario Punto. Toluca, México.
29 septiembre, 2010

Hay momentos en que me resulta tremendamente difícil comenzar a tratar el tema que quiero compartir con quienes tienen la paciencia de seguir este espacio.
Esta vez, encuentro complicado tratar el asunto porque tiene que ver con la difícil, tremenda, impresionante condición de una mujer llamada Sakineh Mohammadi Ashtiani, una iraní que se encuentra encarcelada en su país, sentenciada a muerte después de haber sido sometida a proceso por adulterio y por su presunta participación en el homicidio de su marido.
Al principio, la condena para Sakineh fue la muerte por lapidación, práctica particularmente terrible porque representa una muerte lenta e implica un mayor sufrimiento.
Hay que recordar que en países de África, Asia y medio oriente la lapidación sigue siendo una práctica habitual, especialmente en el caso de personas que mantienen relaciones sexuales ilegales. Y es simplemente escalofriante. De acuerdo con la enciclopedia on line Wikipedia, la
lapidación “suele llevarse a cabo estando el reo tapado por completo con una tela (para no ver los efectos), enterrado hasta el cuello o atado de algún modo mientras una multitud de gente le tira piedras.”
El caso de Sakineh ha tenido una fuerte repercusión en Europa, donde muchas organizaciones defensoras de los derechos humanos alzaron la voz para protestar por la bárbara decisión del tribunal iraní.
La presión ejercida por la opinión pública europea, que se desató en severas críticas hacia el régimen iraní, llevó a una revisión del caso y precisamente hoy, 28 de septiembre, fue anunciado que Sakineh no será lapidada, sino que morirá ahorcada porque, de acuerdo con el tribunal que se ocupa del asunto, la mujer “ha sido acusada de asesinato y la pena por este delito tiene preeminencia sobre el otro de adulterio”.
Seguramente comenzarán de nuevo las movilizaciones. Baste decir que por ejemplo en Italia, al conocerse la situación hace algunos meses -gracias al llamado del hijo de Sakineh- fue exhibido un espectacular con la fotografía de ella en la sede del poder Ejecutivo, mientras que en Francia, la primera dama Carla Bruni manifestó su repudio a la condena, ganándose con ello los comentarios poco agradables de una publicación iraní, que señalaba que una “prostituta” como la Bruni no tenía la calidad moral para protestar contra la decisión de la justicia de aquel país.
Hasta aquí, seguramente quien conoce el caso da la razón a quienes piensan que se trata ni más ni menos que de una muestra más del grado de salvajismo en el que viven los países islámicos. Queda claro también que esta situación no ayuda mínimamente a mejorar la imagen que el mundo tiene del presidente Mahmud Ahmadineyad.
Sin embargo, quiero mencionar que me parece absurdo que mientras el mundo se mueve para defender a Sakineh, mientras los medios de comunicación continúan con la condena hacia el régimen islámico, casi ninguno fuera de los Estados Unidos se ocupó de un caso análogo.
Me refiero a la reciente ejecución de Teresa Lewis, ocurrida en el estado norteamericano de Virginia.
Lewis fue condenada por orquestar hace ocho años el asesinato de su marido e hijastro con el fin de cobrar un seguro de vida. La noche del 30 de octubre del 2002, dos individuos armados irrumpieron en una casa-trailer ocupada por una familia de tres en el condado de Pittsylvania, al sur de Virginia. Los asaltantes ordenaron a Teresa salir del dormitorio donde inmediatamente después su marido Julián era ejecutado, al igual que el hijastro de Teresa. Unos 45 minutos después, ella llamó a la Policía. Sin embargo, el marido agonizante dijo: "Mi mujer sabe quién me ha hecho esto".
Luego fue descubierto que Teresa pagó con sexo y dinero a los dos jóvenes asesinos de su familia. Esto valió para que fuera condenada a la pena capital. No obstante las protestas y las peticiones de clemencia, fue ejecutada hace algunos días.
Lo que sorprende, lo que indigna, lo que molesta, es pensar que nadie ha dicho nada acerca de que en el país que se autoproclama paladín de la democracia, salvador del mundo y ejemplo de civismo, sea todavía válida la pena de muerte.
Nadie lo dice porque a pesar de que las circunstancias son prácticamente las mismas, no es igual hablar de los salvajes iraníes que de los civilizados estadounidenses.
Irán es, junto con Estados Unidos, China y Arabia Saudí, uno de los países que más penas capitales aplica en el mundo. Pero los iraníes, los chinos y los árabes, son “salvajes”. Los americanos son simplemente “justos”. Al menos eso nos quieren hacer creer los medios de comunicación.
Nadie se atreve a criticar a los americanos porque simplemente el occidente sigue empeñado en ver la paja en el ojo ajeno y en señalar los terribles defectos de los otros. Los medios contribuyen a esta idea distorsionada de la realidad. Crean clichés, sostienen ideas que sirven para adoctrinar y fomentar el repudio hacia los países islámicos y nadie tiene el valor de decir que los “civilizados” no son mejores.
Porque se diga lo que se diga, es evidente que el fundamentalismo existe también en la otra parte del mundo. El moralismo excesivo de los cristianos de norteamérica es comparable con el fanatismo religioso de los musulmanes. La situación de las mujeres que deben cubrirse con el burqa no es mejor que la de las féminas occidentales víctimas de la violencia intrafamiliar.
A fin de cuentas, son dos caras de la misma moneda: la intolerancia. Sólo que nadie se atreve a decirlo. No hay quien tenga el valor de emprender una campaña contra el intervencionismo norteamericano, no hay quien critique los defectos de un país que se esfuerza por disfrazar de buenas intenciones su ansia de dominio.
Por eso me indigna la situación. Defiendo a Sakineh pero habría defendido también a Teresa Lewis porque no me parece que valga menos la vida de una o de otra y porque la pena de muerte es la misma salvajada en Irán y en los Estados Unidos.
Y por eso, finalmente, condeno de nuevo a los medios de comunicación que ejercen una terrible manipulación a favor de un sistema que ya está podrido. No abundo más. Solamente digo: eué pena. Qué vergüenza. Qué desfachatez.

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