Publicado en el Semanario Punto. Toluca, México.
02 febbraio, 2011.
Esta semana me enterado de algunas novedades que sinceramente no me sorprenden. Será gracias al nuevo estilo de los medios de comunicación que me estoy acostumbrando a saber demasiado acerca de la vida privada de los políticos de todo el mundo.
Los hombres de poder últimamente están perdiendo la compostura, por lo que veo. Así que he venido a conocer ciertos rumores que honestamente no me parecen tan escandalosos, pero que me dejan pensando acerca de la fragilidad de quienes en apariencia deberían ser imbatibles, también emocionalmente.
Supe que al parecer el controversial ex gobernador del estado de México, Arturo Montiel Rojas tiene algunos problemas de salud y que su tercera esposa, Norma Meraz, no lo trata con la amabilidad y la abnegación que corresponden a la imagen de la compañera de vida.
Me vino a la mente el triste caso del extinto ex presidente de México, José López Portillo, que si no mal recuerdo, enfermo y anciano, en los últimos días de su vida sufrió terribles vejaciones de parte de su esposa, la vedette Sasha Montenegro.
Lógicamente recordé también la situación del actual presidente del Consejo de Ministros italiano, Silvio Berlusconi, que en las últimas semanas ha sido no solamente el blanco de las más severas críticas de sus opositores, sino que se ha convertido en la comidilla del mundo occidental.
Por eso digo que ya no me escandaliza saber lo que sucede en la vida personal de los poderosos. Será que todos los días tengo que escuchar en los medios de comunicación los detalles más sórdidos de la vida de Berlusca, que gracias a la nueva investigación de la justicia italiana se está revelando como un anciano con una seria dependencia al sexo.
Es increíble, pero estoy hablando ni más ni menos que de un jefe de Estado que es acusado de inducir a la prostitución a una menor de edad, la marroquí Karima Heyek, mejor conocida como Ruby-robacorazones, a quien en a mediados del 2010 el premier habría sacado de la cárcel utilizando sus influencias y bajo el argumento -naturalmente falso- de que ésta era la sobrina del presidente egipcio Hosni Mubarak,
A partir de este uso inadecuado del poder por parte del premier, se ha destapado una verdadera cloaca. Se ha descubierto que en la residencia de la ciudad norteña de Arcore, que es el domicilio del premier, así como en otras propiedades de éste, se habrían llevado a cabo fiestas en las que participarían jóvenes y hermosas mujeres, que a cambio de jugosos compensos, se habrían entregado a verdaderas orgías, todas ellas encabezadas por Berlusconi.
Insisto: lo que me sorprende no es que los hombres poderosos de cualquier país utilicen su ventajosa posición para satisfacer sus caprichos más bizarros. Lo que me resulta curioso es observar en ellos una gran necesidad de reafirmarse como personas, conquistando gracias a su capacidad económica y a su posición política a ciertas mujeres que en otras circunstancias de ninguna manera se entregarían a los deseos de estos personajes que no son solamente poco agraciados, sino que pueden resultar desagrables.
Digamos que es interesante pensar en lo que puede pasar por la cabeza de un hombre que aparentemente lo tiene todo. Me pregunto, como quizá lo hacen muchos otros ciudadanos normales como yo, qué orilla a los poderosos a cometer locuras por las mujeres bellas.
Recuerdo por ejemplo que precisamente Arturo Montiel en su momento perdió la cabeza y llegó al extremo de enviar una iniciativa para modificar el código civil y poder divorciarse rápidamente para contraer nuevas nupcias. Más de uno se preguntaba entonces cómo una mujer joven y agraciada había decidido unir su vida a un hombre anciano que no es precisamente un adonis y mucho menos se caracteriza por su sagacidad.
¿Será que el poder enamora? No lo sé. Pero sé que muy posiblemente se necesita una cierta forma de ver el mundo y mucha sangre fría para decidir que es ventajoso concederse sin límites sin ver arrugas, tejido adiposo, vicios o vejez.
Y si somos sinceros, sin darnos golpes de pecho, debemos reconocer que la manía de ir detrás de las jóvenes pertenece no solamente a los grandes, sino que hasta el último de los funcionarios que tiene un poquito de poder y una cierta capacidad económica se da el lujo de contar con filas de señoritas que seguramente a cambio de grandes o pequeños favores les dan el ansiado sí.
El ejemplo de las interceptaciones telefónicas publicadas en Italia que corresponden al caso Berlusconi, me hace creer que para una mujer joven, entregarse a un político de cualquier nivel es una forma de inversión. He leído -sinceramente divertida- que las papi-chicas comentan entre ellas que el premier Berlusconi no es sino un “viejo” y que, a decir de su favorita, la consejera regional de la Lombardía, Nicole Minetti, se preocupa solamente por salir bien librado del problema, mintiendo descaradamente para salvar su “culo flácido”. Y sin embargo, todas ellas habrían participado en el Bunga Bunga, con asco y todo, pero todas habrían recibido favores económicos y hasta cargos públicos a cambio de sus prestaciones.
Lo que me parece interesante es que a fin de cuentas, el retrato que la opinión pública puede hacer de estos hombres, no es sino el de unos pobres diablos, cuya debilidad contrasta con la grandeza que pretenden reflejar en el ejercicio del poder.
Paradójicamente la fragilidad de estas figuras es tal, que cuando los vemos abandonados a su suerte no podemos sino sentir una cierta lástima, porque nos damos cuenta de que son seres de carne y hueso y que la inteligencia que demostraron para llegar al puesto que ejercen parece anularse ante una evidente incapacidad para controlar sus instintos primordiales.
El problema es que desafortunadamente la sociedad necesita mucho más de los gobernantes. Los ciudadanos los eligen y ponen sus esperanzas en ellos. Los consideran aptos para gobernar y si se descubre que no son capaces siquiera de gobernarse a sí mismos y moderar sus hábitos, entonces no se merecen otra cosa que el desprecio.
Cada uno de nosotros tiene el sacrosanto derecho de vivir en el ámbito privado como mejor le parezca. El problema es que los hombres públicos tienen la obligación moral de comportarse correctamente, y sobre todo, deben demostrar que son capaces de no utilizar erróneamente el poder que les ha sido concedido por sus gobernados, ejercicio que por supuesto incluye la administración de los recursos que son de todos y que no deberían usarse para pagar los vicios de nadie.
No se trata de lincharlos y vilipendiarlos por sus debilidades personales. Se trata simplemente de exigirles una conducta equilibrada que demuestre que pueden realmente mantener la compostura y dedicar su tiempo a servir al pueblo que los eligió. De otra manera, se convierten en reyezuelos desnudos, enfermos, ciegos y prepotentes, todo lo contrario de aquello que se espera en una sociedad más o menos democrática.
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