Publicado en el Semanario Punto. Toluca, México.
07 julio, 2010
Quiero comenzar a escribir estas líneas con toda la honestidad de que soy capaz. Desde hace algunas semanas he intentado inútilmente encontrar un tema serio, interesante, importante y al mismo tiempo he querido ser optimista al escribir para este espacio. Me rindo.
Por ahora no hay un solo tema importante que tenga que ver con México y permita hablar con una mínima dosis de optimismo.
Hace ya más de dos años que participo con entusiasmo en este semanario, intentando cada vez reflexionar y analizar en esta página la realidad de las que llamo mis dos patrias.
Pero francamente, en este momento estoy pasando por una verdadera crisis. Sencillamente encuentro que la situación en ambos países es particularmente crítica. Es inquietante.
Dejo a un lado por hoy las tonterías y los excesos del premier Berlusconi, sus contínuas ofensas a la inteligencia del pueblo italiano, porque en este momento lo que más me preocupa es lo que está ocurriendo en México.
Y es que visto desde afuera, a miles de kilómetros de distancia, a lo que ocurre en mi tierra francamente no le veo ni pies ni cabeza. Y lo peor no es eso.
Lo peor es saber que son mis paisanos, las personas sencillas, quienes están sufriendo todos los santos días y mantienen la cabeza baja y una extrañísima fe en que algo o alguien llegará a salvarlos.
En este momento de la historia de nuestro México, sinceramente no pienso que exista una solución mágica, una fórmula que permita en un corto o mediano plazo solucionar los problemas serios, gravísimos que agobian a los ciudadanos.
Y ahí está, ese enorme peso que los mexicanos soportamos en nuestras espaldas y sobre todo en nuestro ánimo, la famosa guerra al narcotráfico. Esa inexplicable y absurda guerra en la que hombres y mujeres comunes y corrientes no tienen absolutamente nada que ganar, pero que el gobierno federal contínua a promover. Esa maldita guerra que la autoridad federal sigue enarbolando como bandera de una causa que no es de nadie.
Desde diciembre de 2006, luego del anuncio hecho por el presidente Felipe Calderón, ha iniciado esta nueva pesadilla que hasta este 2010 ha provocado la muerte de al menos 15 mil personas.
Sabemos que los arrestos de algunos líderes importantes de los cárteles y la gran militarización del territorio mexicano han provocado una respuesta sin precedentes, terriblemente violenta, que se ve reflejada no solamente en las bajas de los cuerpos armados federales y de las bandas de narcotraficantes, que hasta cierto punto serín el lógico resultado.
Ahora son civiles sin nexos con el narcotráfico, jóvenes, niños y periodistas quienes están definitivamente pagando los platos rotos.
Me duele el alma cada vez que escucho a mis paisanos, a mis amigos, a mis familiares, quejarse de lo que está sucediendo. Pienso que es terrible saber que sin deberla ni temerla mis compatriotas sufren las consecuencias sociales, pero sobre todo psicológicas de una inigualable ola de agresiones que no parece tener fin,
Y no hay respuestas. El gobierno de Calderón concluirá como la ley establece y después que se vaya, habrá que comenzar a sacar cuentas. Y habrá dos posibilidades: o seguir la guerra ilógica sin dar la mínima tregua, o volver a los tiempos en que el narco actuaba impunemente, cerrando los ojos para no ver quiénes y hasta dónde están involucrados, como se había hecho siempre para después presumir por todos lados que en México hay paz social.
Quién sabe si en realidad la situación ha llegado al punto de no retorno. Quién sabe si hay una solución inteligente que represente un beneficio para la mayoría. Quizá legalizar las drogas pondría un alto a la crisis de violencia, pero indudablemente acarrearía un severo problema social porque sin duda, las nuevas generaciones no están preparadas para decir un tajante y serio no al consumo de estupefacientes.
Entre la guerra al narco y la tremenda crisis económica global, que en México ha tenido consecuencias serias parece que no hay para dónde hacerse. Desempleo, poco crecimiento económico, la siempre presente pobreza extrema. La contínua polarización de clases en un país de contrastes que no terminan y que parecen acentuarse cada vez más.
Y no puedo no mencionar la ilusión de muchos que creen que de veras México es una democracia. Con los procesos electorales que cuestan mucho más de lo que valen, donde hay un 60 por ciento de abstencionismo y todo termina con los mismos pleitos post electorales que no llevan a ninguna parte, sencillamente no se puede hablar de democracia. Y si a eso le sumamos la violencia inédita registrada pocos días antes de las recientes elecciones, hay que decir que ni siquiera esa supuesta muestra de desarrollo como nación se escapa de la tremenda crisis que se está viviendo.
Por eso cuando pienso en los cada vez más cercanos festejos del Bicentenario, me pregunto si de verdad tenemos mucho para celebrar. Me pregunto si no hay entre los más de cien millones de mexicanos alguien que piense, decida y actúe, pensando en la patria y no en el chauvinismo. Y que lo haga en serio. Lo espero, lo deseo, lo necesito, como lo necesitamos todos. Porque de verdad, ya estuvo suave de estar esperando una solución mágica que francamente nunca va a llegar.
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Pues a nosotros nos ha pasado algo similar, hasta hace 1 año era costumbre platicar de politica durante las sobremesas con amigos, ahora evitamos el tema para no deprimirnos.
ResponderBorrar¿Celebrar? ¿el robo de las elecciones del 2006? ¿la guerra civil que estamos viviendo? ¿el nacionalisimo barato del mundial?
Yo quiero celebrar, pero prefiero celebrar aprendiendo nahuatl o apoyando alguna causa que por pequeña y local puedo decir que es 100% mexicana. Y esto lo quiero celebrar siempre, no solo cuando un número tiene varios ceros al final.
No encuentro otra cosa que celebrar en este pais.