miércoles, 5 de agosto de 2009

El negociazo llamado Cédula de Identidad

Publicado en el Semanario Punto. Toluca, México.
05 de agosto, 2009
Lo que esta vez despierta mi curiosidad y sobre todo, mi sorpresa, es el espectacular anuncio recientemente hecho por el presidente de México, Felipe Calderón.
En días pasados, aprovechando el aniversario de la promulgación de las leyes de Reforma, el titular del Ejecutivo declaró que durante su administración comenzará a expedirse la Cédula de Identidad (CEDI), ciudadana y personal, “en cumplimiento a lo dispuesto por la Constitución Política y la Ley General de Población”.
A mí me van a perdonar, pero sinceramente no comprendo muy bien la utilidad ni el objetivo real de este nuevo y costosísimo documento.
De acuerdo con lo que se ha informado, la inversión para este proyecto será de alrededor de ¡tres mil millones de pesos! ¿Nada más?
Revisando el boletín emitido por la Presidencia de la República, encuentro que la emisión de la citada cédula correrá a cargo de la Secretaría de Gobernación, que “proveerá de un sistema de identidad único soportado sobre una base de datos nacional de identificación segura y libre de duplicados, la cual estará conformada por la identidad jurídica, la identidad vivencial como registro del individuo y sus datos biométricos.”
De nuevo, admito que quien ha redactado el boletín se merece una felicitación especial, por haber encontrado la forma más elegante para decir que los mexicanos finalmente seremos adecuadamente “fichados”.
El citado boletín me deja estupefacta de nuevo, porque señala el por qué de la emisión de la CEDI: “el objetivo... es garantizar el derecho a la identidad para facilitar a la población el ejercicio de sus derechos y el cumplimiento de sus obligaciones.”
O sea que en pocas palabras, si no estoy debidamente fichada, nomás no voy a existir. No tendré derechos, tampoco obligaciones y seré ni más ni menos que una “doña nadie” si no cuento con la CEDI.
En realidad el trabajo está casi hecho: ya hay -siempre de acuerdo con la información emitida por la Presidencia- una base de datos de 84 millones de actas de nacimiento certificadas por los registros civiles de todos los estados del país, como copia fiel de las contenidas en los libros correspondientes.
Todo esto para “disminuir la suplantación de identidad, porque las actas de nacimiento verificadas están ligadas a la CURP como identificador único para cada persona”.
Se habla de una “identidad biométrica”, a través del registro de huellas digitales, rostro e iris de las personas. En una palabra, cosas de primerísimo mundo. Datos que solamente he visto que se toman en los Estados Unidos, donde para poder abordar un avión hay que dejar la huella digital y pasar por un lector del iris, además de tomarse la foto, no vaya a ser que uno tenga intenciones de cometer algún atentado terrorista.
La verdad es que me quedo sin palabras. Tengo seis años viviendo en Europa y hasta ahora, al menos en Italia, no he tenido necesidad de contar con un documento tan complicado para identificarme. La llamada “carta d'identità”, el documento que sirve para realizar todos los trámites oficiales en el país de la bota, es tan sencillo que francamente haría reir a cualquiera de los trabajadores de la plaza de Santo Domingo, que con la mano en la cintura podrían falsificarlo.
Y hasta ahora, a nadie se le ha ocurrido -todavía- gastarse millones de euros para fichar a los ciudadanos de este país. Y eso que se trata de un Estado que por su posición gegráfica y por los serios problemas que trae consigo la presencia del crimen organizado, podría tener miles de justificaciones para hacerlo.
No sé si es una muestra de retraso o una señal de sentido común de parte del gobierno italiano el no haber pensado todavía en crear un complicado documento para identificar a sus ciudadanos. A lo mejor es simplemente considerar que hay otras situaciones más importantes por atender, otras prioridades, pues.
Y lo mismo debería pensar el gobierno federal mexicano. No se vale dar justificaciones tan inverosímiles como que la CEDI ayudará a “la creación de beneficios indirectos tales como un clima de confianza que favorezca la inversión y la creación de nuevos empleos, carteras de créditos más sanas, mayor confianza para la apertura de cuentas, beneficios dirigidos a las personas que en realidad lo necesitan.”
Ese argumento me parece una verdadera tomada de pelo, con todo respeto para las autoridades, que además son secundadas, no cuestionadas. Por ejemplo, en lugar de preocuparse por quién se va a encargar de llevar a cabo el proyecto, si el IFE o la Segob, el líder priísta del Senado, Manlio Fabio Beltrones, debería exigir que la licitación correspondiente se efectúe con toda claridad.
En vez de que el IFE se proponga como voluntario para distribuir la CEDI -a cambio de más recursos económicos, obviamente- valdría la pena que alguien explicara por qué y cómo la costosísima credencial para votar con fotografía ha dejado de ser el documento más seguro para identificar a los mexicanos.
Con todo respeto, en un momento en que la economía mundial está en crisis y cuando por ejemplo el Producto Interno Bruto (PIB) mexicano ha tenido su peor comportamiento desde 1995, no es lo más indicado pensar en despilfarrar tres mil millones de pesos en cédulas de identidad.
Y aunque una organización como México Unido Contra la Delincuencia avala la creación de la CEDI bajo el argumento de que “la facilidad que hay en México de obtener documentos apócrifos ha dificultado durante años que la justicia identifique plenamente a los criminales, especialmente a los reincidentes”, creo firmemente que fichar a la población no es la solución más efectiva o inteligente para combatir la delincuencia.
Se nos olvida que más que un pueblo “fichado”, se requiere un pueblo educado y bien alimentado para comenzar a disminuir los problemas de inseguridad que indiscutiblemente afectan al país.
Y siguiendo el viejo y sabio principio que reza “piensa mal y acertarás”, me permito simplemente decir que seguramente el proyecto tendrá sus beneficiarios, pero muy posiblemente no serán los más de cien millones de mexicanos, sino un número mucho más reducido de personas que supieron vender la idea y aprovecharse de ésta para obtener jugosas ganancias.