Publicado en el Semanario Punto
Toluca, México
25 de enero, 2012
Esta semana mientras curioseaba como siempre en las noticias que la red difunde, me encontré con una entrevista que la columnista del diario El Universal Katia D'Artigues hizo a Enrique Peña Nieto. No me cabe la menor duda: los estrategas de comunicación del priísta mexiquense están haciendo hasta lo imposible para mejorar la imagen pública de éste.
Después de sus contínuas metidas de pata, todo parece indicar que es necesario que Peña se muestre atento y gentil con los representantes de los medios. Se está concediendo a los periodistas sin el mínimo pudor.
Al parecer la estrategia es mostrarlo como una persona que se equivoca y que tiene la humildad suficiente para reconocer sus errores. En pocas palabras, con tal de ser presidente, nuestro copetudo personaje es capaz de aparentar una humildad que a leguas se nota no le pertenece.
Y ahora resulta que sus enemigos se la pasan tejiendo “leyendas” a su alrededor. Niega su parentesco con Arturo Montiel. Obviamente rechaza ser tener nexos con Carlos Salinas de Gortari.
Pero la mejor parte de la entrevista es aquella en la que Peña Nieto se confiesa y en un catártico ejercicio muestra al mundo su punto débil, su lado humano: es un mujeriego incorregible, pero eso sí, arrepentido.
Y como dictan los principios en los que seguramente creció una persona que fue educada en colegios católicos -ni más ni menos que en una universidad que pertenece al Opus Dei- el arrepentimiento es redención.
Por eso seguramente sus asesores de imagen le han indicado que no importa qué tan terribles sean las verdades que debe revelar, mientras su discurso permita al público que lo escucha darse cuenta de que es un hombre que ha alcanzado la madurez y ha dejado en el pasado sus errores y sus irresponsabilidades. Que se arrepiente de corazón y promete no volverlo a hacer.
Lástima que esos errores los cometió cuando ya era un político más o menos conocido y que en realidad no los ha corregido del todo, o al menos no como dice.
Hablo principalmente del humilde Enrique Peña que dice: “Tuve otra relación, de la que hubo un hijo... Su mamá es la que se hace cargo, está al cuidado y pendiente de él. Me he ocupado desde que nació que tenga lo necesario para su crecimiento. Tengo momentos de cercanía con él; no son muchos, debo confesarlo.”
Y “hubo otro que murió”, dice la periodista D'Artigues en la entrevista. De nuevo el humilde precandidato reconoce su culpa y explica que durante “esa etapa, esos momentos de la situación matrimonial, hubo otra relación donde hubo un niño que lamentablemente murió”.
Da detalles, cuenta todo con pelos y señales. Cierto que no es la primera vez que lo hace. Ya había confesado su debilidad a Rafael Loret de Mola, y el periodista calificó el hecho como “la ansiedad por parecer auténtico” y “expiación pública”.
Descripción precisa. Todo parece indicar que para Peña es una necesidad imperiosa mostrarle a sus potenciales electores que es una persona que comete errores. El problema empieza cuando viene sistemáticamente desmentido y su arranque de sinceridad provoca el efecto contrario.
Muchos de sus detractores le pueden responder, lo pueden descalificar, dudar de su confesión. Pero cuando quien lo pone en evidencia es ni más ni menos que la madre del hijo del cual dice ocuparse, su imagen se convierte en la de un reverendo farsante.
“¿En qué momento se pasa de la realidad a la ilusión, a la mentira, la hipocresía; sin ningún remordimiento??? ¿Con qué seguridad puedes fingir, aparentar, simular y sostener públicamente lo que no eres??? Respuesta: con la seguridad que te da ser un manipulador social, apoyado por muchos intereses, pero lo mas peligroso es que ya te crees tus propias mentiras...”
Las duras palabras que acaban de leer las escribió en su perfil de Facebook -público y disponible para quien desee leerlo- Maritza Díaz Hernández. Es ella una de las dos mujeres con quien Peña Nieto procreó un hijo fuera del matrimonio. Y es dura en sus críticas hacia el precandidato. “El RPI (sic) debería conocer la historia personal de su candidato, que toque otros temas, no sé: Ecología, Economía, Estadística, Instituciones, etc.... pero no de valores, de familia, de amor, de proteger... ¿verdad Enrique?????”
En esta mujer el priísta tiene una gran enemiga. Aunque a decir verdad sus enemigas reales son sus acciones pasadas, su vida privada que él mismo ha convertido en pública, por más que exija respeto hacia su intimidad.
Se habla mucho del derecho a la privacía que tienen los personajes públicos. En el caso que nos ocupa, ha sido el mismo político quien ha permitido el acceso a hechos y situaciones que deberían pertenecer a su esfera privada.
No puede a estas alturas exigir respeto cuando se ha encargado de exhibirse no solamente en los medios tradicionales, sino también en las redes sociales. Lo que de él se sabe ha salido de su propia boca. Lo que se inventa, las “leyendas” que dice se tejen para desprestigiarlo, tienen origen en la parte obscura de la imagen artificial que se ha venido creando desde que llegó a la gubernatura de la entidad mexiquense.
Porque Enrique Peña, se diga lo que se diga, no existía realmente antes de ser candidato a gobernador. A nadie le preocupaban ni el pasado ni el presente de un funcionario que vivía a la sombra de Arturo Montiel o de un diputado que a pesar de haber sido el líder de la bancada de su partido en el Congreso mexiquense era un legislador de medio pelo. Nunca fue un gran estratega. No brillaba y mucho menos en una Legislatura de mayoría priísta.
Al parecer en aquellos días su interés principal eran las mujeres y apenas se estaba acostumbrando a administrar el poder que le estaba llegando por obra y gracia de algún dios menor.
Fue a partir de su casi sorpresiva candidatura que un buen número de ciudadanos empezó a preguntarse de dónde salía el político del gel.
Y así comenzaron las leyendas de las que hoy tanto se lamenta. Sinceramente no encuentro el motivo de tanta indignación. Él mismo se ha encargado de reconocer sus pecadillos y ha dejado sin esclarecer sus pecadotes.
Sus acciones lo persiguen. Sus detractores se aprovechan. Pero a fin de cuentas son los electores los que deciden. Y para esto hay muchos meses por delante. Quién sabe por cuánto tiempo más seguirá jugando al lobo con piel de oveja. Y sobre todo, por cuánto tiempo le van a seguir creyendo.
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Segun yo:
ResponderBorrarSi la gente, el pueblo, los ciudadanos de a pie creyeran en los politicos, no existiria el abstencionismo. Podrían creer o no creer en un candidato, pero votarían.
Así que gente que crea en Peña Nieto, no hay muchos. Restando los que se abstienen (que son mayoría), los que apoyan a otros partidos y los que apoyando al PRI no se tragan el cuento del "mea culpa", nos quedan algo así como 15 personas: el candidato y su equipo de campaña.
Lo que Peña Nieto busca es dar una imagen más atractiva que sus contricantes y eso lo está logrando aun sin convencer. Igual que un producto: compras la caja, la marca o el nombre, pocas veces te pones a leer las letritas atras de la caja.
Lamentablemente, a nivel mundial, la mejor estrategia para gobernar es vender una imagen no el contenido.
Quiero ser optimista y pensar que la gente no està dispuesta a comprar solamente la caja, estimado Hluot. Veremos.
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