Publicado en el Semanario Punto. Toluca, México.
22 de septiembre, 2009
La noticia que en esta ocasión deseo comentar es un asunto serio y complicado que sin pecar de pesimista, muy probablemente no será un hecho aislado. Estoy hablando de los lamentables acontecimientos del pasado 18 de septiembre, cuando en la estación Balderas del Metro de la ciudad de México, un hombre identificado como Luis Hernández, de 38 años, disparó varias veces después que se le impidió pintar un muro.
Como se recordará, el individuo abrió fuego con un revólver calibre 38, y mató al policía que lo enfrentó y a uno de los pasajeros que intentó detenerlo. El video es escalofriante. Quedó como testimonio de una situación que -insisto- es de veras preocupante.
Pocos días antes, otro inquietante episodio había llamado la atención de los medios de comunicación del mundo. El extraño secuestro fallido de un avión. El relato que de los hechos hizo en su momento el diario español El país lo dice todo: “un tipo con camisa blanca de manga larga, tez oscura y una biblia en la mano que se paseaba pasillo arriba pasillo abajo es lo único extraño que algunos de los pasajeros de un vuelo de Aeroméxico procedente de Cancún y con destino al Distrito Federal observaron hasta que, ya en tierra, fueron informados de que su avión había sido secuestrado. El caso es que desde que el Boeing 737, con 104 pasajeros a bordo, tomó tierra en el aeropuerto de México hasta que el secuestro fue resuelto por la Policía Federal con el asalto de la nave, esta ciudad que no gana para sustos vivió con el corazón en vilo.”
La verdad es que efectivamente la ciudad de México y la nación entera no ganan para sustos. Y la cosa que hoy me pone a pensar es que hay un elemento común en ambos casos: una tendencia al fanatismo religioso, un comportamiento que seguramente tiene que ver con una especie de psicosis colectiva que se está generando a partir de la crisis económica y de la difusión nunca antes vista de noticias catastróficas.
Vayamos por partes. Un artículo publicado por varios medios on line señala que una socióloga de la Universidad Nacional Autónoma de México, llamada Gisela Frid Chernitsky, afirma que “la crisis económica podría ser una de las razones de los recientes acontecimientos”, refiriéndose precisamente a los dos desequilibrados que generaron los hechos de los que hago referencia en este espacio.
“El desempleo, la indiferencia, la desensibilización que vivimos a través de una crisis económica hace que haya todo tipo de estallidos de violencia: dañar a otros para hacerse notar”, dice la socióloga.
Por otra parte, como una causa que genera una especie de estrés colectivo, está la difusión inmediata y en ocasiones amplificada de los desastres naturales que se viven en el planeta. En realidad, no es que las catástrofes no hayan existido antes. Inundaciones, terremotos y demás han sido siempre por desgracia motivo de preocupación en todo el mundo.
Pero probablemente se sabía de estos hechos con menos inmediatez y había indudablemente una menor capacidad de mostrar al mundo las consecuencias dramáticas de lo que ocurría. Digamos que incluso había una especie de pudor, una regla no escrita que impedía mostrar la crueldad y que hasta hace poco los medios escritos y electrónicos moderaban sus tonos en lugar de competir como hoy ocurre para ver quién muestra la imagen más cruda.
Hasta hace poco tiempo no había transmisiones en tiempo real de los hechos que sucedían en otros puntos del planeta. Lo que hoy para nosotros es o parece una noticia cercana que nos afecta y nos preocupa, hace algunos años probablemente habría llegado a nuestros oídos con cierto retardo, o habríamos considerado la distancia geográfica como una especie de protección que nos evitaría angustiarnos demasiado por desastres ocurridos objetivamente lejos de nuestro entorno, de nuestra realidad inmediata, no de aquella creada por los medios.
Pero la aldea global nos acerca, nos compromete, nos involucra y nos vuelve solidarios y capaces de compartir penas, preocupaciones y problemas. La realidad ahora es global. Hoy sentimos profundamente lo que pasa en todo el mundo. Literalmente las distancias se han acortado.
El pánico y la angustia generados por los problemas reales y/o amplificados por los medios de comunicación son también el alimento cotidiano de mentes débiles como las de quienes han cometido en poco tiempo los dos graves atentados de los que hoy hablamos.
El problema es serio porque como me he atrevido a señalar al inicio de esta reflexión, muy posiblemente estos casos no serán los únicos, mucho menos si consideramos que desde hace algún tiempo circula por todos lados la información relativa a las profecías mayas, que señalan el fin de una era para diciembre de 2012. Veremos mesías por todas partes, ya empiezan a salir. Lo que preocupa es que empiecen a actuar y que lo hagan como los dos individuos que lo hicieron en México.
Muy posiblemente se multiplicarán por todas partes los personajes mesiánicos como los que han puesto en jaque a las autoridades y sobre todo a los ciudadanos de México en las recientes semanas. Habría que tomar ya muy en serio la posibilidad de iniciar una contracampaña que despierte las conciencias y ayude a reflexionar a las personas.
Sinceramente, hay que considerar peligrosa la forma indiscriminada en que se está difundiendo tal información en todo el mundo y sobre todo, hay que pensar que se vuelve necesario estar muy alertas, porque la única profecía que podría convertirse en realidad es la del pánico colectivo global que tales afirmaciones, interpretaciones o como queramos llamarlas van a generar en los próximos tres años.
Eso, sin contar con las medidas prácticas que las autoridades mexicanas deberían establecer, especialmente cuando se ha visto que un hombre secuestra un avión armado con dos latas de jugo, mientras otro transita libremente por una estación del metro armado con una pistola. Dos situaciones que honestamente rayan -para variar- en el surrealismo. Atención.
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