Publicado en el Semanario Punto. Toluca, México.
23 novembre, 2010.
Escribo estas líneas justamente dos días antes de que se celebre el Día Internacional de la Erradicación de la Violencia contra las Mujeres y las Niñas, promovido por la Organización de las Naciones Unidas.
De acuerdo con la información publicada on line, “la violencia contra la mujer adopta formas diversas, incluidas la violencia en el hogar; las violaciones; la trata de mujeres y niñas; la prostitución forzada; la violencia en situaciones de conflicto armado, como los asesinatos, las violaciones sistemáticas, la esclavitud sexual y el embarazo forzado; los asesinatos por razones de honor; la violencia por causa de la dote; el infanticidio femenino y la selección prenatal del sexo del feto en favor de bebés varones; el no reconocimiento de las expresiones e identidades de género; la mutilación genital femenina y otras prácticas y tradiciones perjudiciales.”
El tema es sin duda extenso y difícil de tratar y es aún más complicado comprenderlo. Personalmente me parece increíble que en pleno siglo XXI sea necesario luchar contra una situación de desigualdad entre hombres y mujeres. Sin embargo sé que pienso así porque me ha tocado vivir una situación privilegiada.
Pero miro a mi alrededor y me doy perfecta cuenta de que no todas las mujeres pueden considerarse emancipadas, y veo con desilusión que por desgracia muchas están todavía sufriendo tremendas injusticias que en la mayoría de los casos inician en el seno familiar y a edad muy temprana.
Ni siquiera estoy pensando en las mujeres del islam, que alguna vez me parecían tan lejanas a mi realidad y que sin embargo hoy veo pasear por las calles de la ciudad donde trabajo.
Cuando las miro me pregunto si realmente son felices cubriéndose con un velo de los pies a la cabeza, pero hablando con ellas me doy cuenta que muy probablemente viven contentas o al menos resignadas porque no conocen otra realidad o simplemente no la conciben.
Y aún así, no son ellas las que me preocupan. Pienso más bien en muchas mujeres occidentales que a pesar de no portar un velo viven una situación igualmente difícil e indignate y ni siquiera se dan cuenta.
Y es que precisamente en los últimos días he tenido la oportunidad de observar en el país de la bota un espectáculo cómico-político-mediático de esos a los que ya estamos acostumbrados que sin embargo no por eso deja de ser penoso,
Esta vez, la pequeña diferencia es que el nuevo show lo protagonizan dos mujeres que todavía no termino de comprender por cuál extraña broma del del destino están metidas en la política.
Por una parte, aparece la flamante ministro para la Igualdad de Oportunidades, Mara Carfagna. La señora ha sido mencionada más de una vez en este espacio simplemente porque se trata de una ex-vedette que, siendo una amiga entrañable del presidente del Consejo de Ministros, Silvio Berlusconi, lha llegado a ocupar un puesto importantísimo. Claro que de la Mara de los calendarios que en Italia todos conocen y recuerdan ha desaparecido para dar paso a una nueva Mara, con el cabello corto al más puro estilo monástico y rígidos trajes sastre con largas faldas o pantalones que cubren su cuerpo de cualquier mirada libidinosa.
Hoy, la Carfagna es una mujer de la política capaz de indignarse y de enfrentar sin temor al mismísimo Berlusca, a quien ha amenazado con retirarse del partido y del gobierno si no le pone el alto a sus enemigos políticos, a esos malosos que la difaman y que -sin ningún fundamento, claro está- la acusan de ser una mujer de cascos ligeros.
En el otro extremo del ring aparece ni más ni menos que Alessandra Mussolini, la nieta del tristemente célebre Benito del mismo apellido. La Mussolini, diputada por el llamado Pueblo de la Libertad, es una de las principales críticas de la Carfagna, y ha expresado sus opiniones que tienen que ver no solamente con el comportamiento público de la ministra, a quien acusa de traicionar al partido al que ambas pertenecen y tener tratos con el “enemigo”.
La Mussolini, aparte de haber causado furor por haber posado desnuda en agosto de 1983 para la revista Playboy, es famosa por haber gritado durante una transmisión televisiva, dirigiéndose al entonces diputado transgénero Vladimir Luxuria que es “mejor ser fascista que maricón”.
Haciendo a un lado el pleito que de por sí es ya motivo de vergüenza, porque no puedo concebir que una diputada y una ministra se intercambien contínuamente el epíteto “prostituta”, lo que me sorprende, me molesta y me ofende es que nadie parezca darse cuenta que hay circunstancias en que las mujeres resultan ofendidas tanto como las pobres a las que tanto defendemos. Porque no puedo comprender que en un país de primer mundo todavía resulte válida la actitud machista de dar cargos importantes a las mujeres solamente por su linda cara o por su disponibilidad sexual.
Yo no me rasgo las vestiduras, cada quien hace con su vida y con su cuerpo lo que le da la gana y si hay quien sabe aprovechar su belleza para llegar lejos, la culpa no es suya, sino de quien la apoya. Pero sinceramente me gustaría que quienes obtienen un lugar importante en el gobierno italiano fueran mujeres que valen por su capacidad intelectual.
A fin de cuentas la discriminación hacia las mujeres menos agraciadas existe, lo sabemos todos y nadie hace nada por combatirla. Parece casi natural. Pero es también una forma de humillar a las mujeres.
Este tipo de violencia hacia el género femenino se nos olvida o parece que no le damos importancia. Pero de agresión hacia las mujeres se trata también cuando los medios de comunicación difunden contínuamente los modelos que la publicidad promueve como válidos para dar a la mujer la posibilidad de obtener éxito personal y profesional.
Es agredir a la mujer hacerla pensar que si no es hermosa, alta, delgada y sus rasgos corresponden a ciertos cánones no podrá tener acceso a ciertos privilegios. Es violencia, no nos hagamos de la vista gorda, ya basta.
Si a eso sumamos lo que en la realidad se ve, que no es más que una muestra práctica de que “cada mujer está sentada encima de su propia fortuna”, y vemos que los modelos Carfagna y Mussolini se repiten, entonces estamos delante de una situación que ofende y agrede a las mujeres que tratamos de luchar por obtener un mejor lugar en la sociedad utilizando la cabeza y no otras partes de nuestra anatomía.
Por eso insisto, antes de pensar en los graves problemas de las mujeres de otras sociedades bien podríamos ocuparnos de los ejemplos que tenemos en casa.
Y ya que estamos en eso, preguntémonos hasta dónde llegará -o llega ya - el poder de la señora que a partir del 27 de noviembre vivirá en la casa de Paseo Colón en Toluca. Y preguntémonos también cuáles son sus méritos y sus valores. No nos sorprendamos si su popularidad como heroína de telenovelas le ayuda a procurar votos a su flamante marido, a fin de cuentas ese es el modelo femenino que estamos acostumbrados a ver y a seguir.
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