Publicado en el Semanario Punto. Toluca, México.
25 agosto, 2010
Después de unas largas vacaciones -no sé si merecidas, pero al menos necesarias- retomo este espacio en Punto con gran entusiasmo pero también -como siempre- con una enorme preocupación provocada por la lectura de la información que los diversos medios publican.
Hoy quiero ocuparme de un tema que solamente con el paso del tiempo he podido entender, dado que por desgracia en nuestro país estamos poco acostumbrados al concepto. Pagar impuestos en México, digámoslo claramente, para los ciudadanos comunes es sencillamente una opción. Un posibilidad y casi nunca una obligación.
Buscando la definición más elemental de “impuestos”, la enciclopedia online Wikipedia da una clara y directa: “Los impuestos son cargas obligatorias que las personas y empresas tienen que pagar para financiar al Estado. En pocas palabras: sin los impuestos el Estado no podría funcionar, ya que no dispondría de fondos para financiar la construcción de infraestructuras (carreteras, puertos, aeropuertos, eléctricas), prestar los servicios públicos de sanidad, educación, defensa, sistemas de protección social (desempleo, prestaciones por invalidez o accidentes laborales), etc.”
El punto es que hablando sinceramente, creo que más de un compatriota coincidirá conmigo si afirmo que en México los impuestos simple y sencillamente no se ven. O mejor dicho: no se ve con claridad dónde van a parar.
Si el destino de los impuestos llega a notarse, es seguramente en obras que sirven solamente para que los gobernantes demuestren cuánto trabajan, pero que no tienen una utilidad ni benefician a los ciudadanos normales.
Olvidaba decir que los impuestos que pagamos los mexicanos se ven también cuando los diputados, senadores y demás servidores públicos de cierto nivel se sirven con la cuchara grande. Recordemos que sus mega salarios los pagan los contribuyentes, es decir, el pueblo al que deberían servir, pero del que con cada vez menos pudor simplemente se sirven.
A fin de cuentas lo que deberíamos exigir quienes pagamos nuestras contribuciones en cualquier país democrático o aspirante a serlo, es un justo “retorno” de éstas. Pero no en todas partes ocurre. Obviamente Italia es uno de esos países donde se paga mucho y se recibe poco. “Mal de muchos, consuelo de tontos”, dice el refrán.
En realidad si me permito citar esta información, publicada por el diario italiano Corriere della Sera, es más bien como una forma de desahogo personal, porque me parece completamente injusto.
Resulta que en el país de la bota, “sobre cada italiano recae un peso tributario anual por un promedio de 7 mil 350 euros. Entre los principales países europeos es verdad que los franceses pagan más, con un promedio de 7 mil 438 euros, pero reciben un contravalor de servicios mucho más consistente que el de los italianos: vienen recompensados con un gasto social per capita equivalente a 10 mil 776 euros, mientras que los italianos entre salud, educación y prevención social, alcanzan a recibir apenas 8 mil 023 euros, es decir, dos mil 753 euros menos que en Francia.”
Y eso no es todo. Para darnos una idea de lo que pasa en Italia, basta mencionar lo que el estudio agrega, referente al hecho de que “en Alemania la cuota per capita de impuestos toca los 6 mil 919 euros, pero en términos de gasto social los germanos reciben 9 mil 171 euros per capita al año. La diferencia per capita entre lo que reciben en términos de gasto social y lo que pagan en términos de impuestos es para los franceses de 3 mil 339 euros. Para los alemanes es de 2 mil 251 euros. En Italia de solo 664 euros per capita.
Tristes realidades que se ven sobre todo en el sur del país, donde honestamente hay lugares que no parecen pertenecer a uno de los países más industrializados del planeta, a una de las potencias mundiales. Y lo peor es que de repente al gobierno italiano se le ha ocurrido la idea de iniciar a perseguir, en una de esas tremendas cacerías de brujas a los evasores. ¡Háganme ustedes el favor!
Y si de chistes malos y de impuestos hablamos, debo mencionar una de las últimas ocurrencias de nuestro presidente mexicano, Felipe Calderón.
Ahora resulta que nuestro gobernante afirmó que “si el Congreso no reasigna recursos para combatir al crimen organizado, el gobierno federal buscará nuevas fuentes de ingreso que constituirían una carga para los contribuyentes”.
En otras palabras, si no hay más dinerito para seguir con su guerra sin sentido, encontrará la ímanera de seguir exprimiendo los bolsillos de los pobres mexicanos que ya no saben si es peor la crisis económica o la situación de inseguridad. Como quien dice que en México uno arriesga el dinero y la vida, sin posibilidad de elegir.
La verdad es que me quedo con la boca abierta cuando leo que Calderón asegura que el Ejército seguirá en la calle hasta el último día de su gobierno. Porque no termino de entender si eso para el pueblo mexicano representa una garantía de seguridad o es más bien un motivo de seria preocupación.
Pero lo que no consiento, no tolero, no soporto y no admito, es que sean los contribuyentes mexicanos los que tengan que pagar todos y cada uno de los excesos de sus gobernantes. Porque en lugar de amenazar con nuevas cargas tributarias, nuestro señor presidente se debería preocupar por dejar de despilfarrar el dinero de todos en obras absurdas como una torre de acero inoxidable para conmemorar el Bicentenario, que tendrá un costo total de 690 millones de pesos.
Bueno, pero ¿no le da vergüenza? Se debería esconder lejos, pero muy lejos y sentirse muy mal por amenazar a sus gobernados con nuevos impuestos si el Congreso no lo apoya en su guerra loca que ha costado al menos 28 mil muertos -aunque se empeñe en decir que la mayoría de ellos tenía que ver con el narco-.
Y tendría también que sentirse muy pero muy abochornado por las obras faraónicas -encima de todo inconclusas- con las que quiere festejar el Bicentenario. Parece no darse cuenta, como todos los representantes populares, que hay familias en el país que gobiernan que no tienen siquiera las condiciones mínimas para vivir dignamente.
Y lo peor de todo es pensar que son precisamente esos gobernantes inconscientes, frívolos y megalómanos los que viven -por cierto muy bien- gracias a nuestros impuestos.
miércoles, 25 de agosto de 2010
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