10 de febrero, 2009.
Los últimos días de la vida política italiana han sido particularmente intensos y llenos de polémica. Seguramente no me ocuparía de hablar del asunto si no se tratase de un problema que por desgracia trasciende la esfera pública y toca directamente el ámbito privado, superando los límites en que racionalmente un Estado puede intervenir en la vida de los ciudadanos.
Se trata de una situación difícil de comprender, complicada de tratar y que aunque parezca lejano a a la vida cotidiana, podría presentarse en cualquier momento, a cualquier persona y en cualquier lugar del mundo. Porque el tema del derecho a una vida y a una muerte dignas es un asunto universal.
El 18 de enero de 1992, una mujer llamada Eluana Englaro, entonces de 20 años de edad, sufrió un grave accidente automovilístico. Como consecuencia, entró en estado vegetativo. Un año después, la parte superior de su cerebro había sufrido una degeneración definitiva. Sin ninguna esperanza de recuperarse, ingresó en una casa de cura donde comenzó a ser alimentada e hidratada a través de una sonda nasogástrica.
Difícil resumir el verdadero calvario que Beppino Englaro, el padre de la joven debió sufrir en busca de una decisión favorable para su petición de retirar la sonda que alimentaba a su hija, argumentando principalmente que ella misma en alguna ocasión habría expresado su rechazo a vivir en condiciones similares.
Solicitudes rechazadas, revisiones interminables por parte de las diversas instancias jurídicas, hasta que finalmente, en julio de 2008, la Corte de apelación de Milán autorizó que se suspendiera a la paciente la alimentación a través de la sonda.
Durante siete meses, seguida siempre de cerca por los medios de comunicación, que difundieron excesivamente el caso, la familia no encontró las instalaciones donde Eluana pudiera ser recibida para finalizar su vida.
La intervención descarada y represiva del gobierno italiano no se hizo esperar. El Ministro Maurizio Sacconi firmó un documento que indica que las regiones están obligadas a garantizar alimentación e hidratación a las personas diversamente hábiles, pues de lo contrario incurrirían en una acción ilegal. Con esto practicamente cerraba a Eluana las puertas de cualquier institución que estuviera dispuesta a ayudarla.
Finalmente, hace algunos días la casa de reposo La Quiete, de la ciudad de Udine, recibió a Eluana Englaro, con el fin de suspenderle paulatinamente la alimentación y esperar que la muerte llegara, lo que ocurriría, de acuerdo con las previsiones de los médicos, en un lapso mínimo de 15 días.
Por una extraña coincidencia, pocos días antes del traslado de Eluana a Udine, el papa Benedicto XVI durante su homilía dominical, había tocado el tema de la eutanasia, diciendo que “es una falsa solución al problema del sufrimiento y una salida indigna del hombre”.
Para el dirigente católico “la muerte nunca es una respuesta, porque la respuesta se encuentra solamente en el testimonio del amor, y ninguna lágrima se pierde delante de Dios”. Bellas palabras. Sobre todo frente a un hombre como Beppino Englaro, padre angustiado que durante 17 años miró impotente el cuerpo de su hija, sabiendo que ésta no habría podido nunca levantarse y volver a vivir normalmente.
La misma idea del Papa habrá sin duda pasado por la cabeza del presidente del Consejo de Ministros, Silvio Berlusconi. Una vez que la clínica de Udine recibió a Eluana, nuestro diligente premier se dispuso a promulgar en tiempo récord un decreto que obliga a la hidratación y alimentación de las personas no autosuficientes. Con esto, sería detenido el proceso de la muerte de Englaro, le sería colocada de nuevo la sonda y todo volvería a la normalidad.
Berlusconi de la noche a la mañana se transformó en un defensor de las causas justas y emitió junto con sus incondicionales un decreto cuyo objetivo era “salvar una vida humana”, porque según él, Eluana -a quien nunca vio personalmente- tenía todavía un aspecto “fresco” y desde el momento que presentaba el ciclo menstrual, estaba aún “en condiciones de ser madre”.
En una situación sin precedentes, el Jefe de Estado italiano, el presidente Giorgio Napolitano se negó terminantemente a firmar el citado decreto, argumentando entre otras causas que no obstante los temas relacionados con el fin de la vida, el testamento biológico y los tratamientos de alimentación e hidratación mecánicas son desde hace tiempo punto de atención de la opinión pública, no se ha llegado todavía a una reglamentación al respecto por lo delicado de su naturaleza.
Napolitano dijo que no veía otra urgencia para promulgar el decreto que no fuera la de ocuparse de un caso singular que había sido rodeado de “publicidad y dramatismo”.
El enfrentamiento y el desacuerdo entre el presidente del Consejo de Ministros, Berlusconi, y el presidente de la República, Napolitano, demuestra una crisis de poderes sin igual en la historia del país de la bota.
Las polémicas, los enfrentamientos, el empecinamiento del Premier por mostrar su omnipotencia, la influencia inegable de la Iglesia católica, las posiciones encontradas de las diversas fuerzas políticas en las cámaras, la presencia constante de los medios de comunicación y su desesperado empeño por difundir hasta extremos morbosos los detalles de la situación, convirtieron el caso de Eluana Englaro en un espectáculo.
Nuevamente quedó al margen de todo el show la esencia, la parte más importante, que es el derecho sagrado de todos los seres humanos a elegir y decidir cómo vivir y hasta cómo morir.
Me pregunto qué habría sucedido si en lugar de recurrir a la ley, Beppino Englaro hubiera optado por buscar soluciones menos complicadas, como acudir un médico que en privado solucionara la situación, dando a Eluana la muerte piadosa. Nadie se habría enterado y el proceso habría sido menos doloroso y desgastante para la familia.
A fin de cuentas, el circo mediático terminó antes de tiempo, con la muerte repentina de Eluana. Quizá los medios de comunicación esperaban una agonía más larga para llenar espacios en radio y televisión e imprimir y vender muchos más revistas y periódicos. Tal vez los políticos esperaban lo mismo, para continuar discutiendo, dividiéndose y aprovechando la situación para atraer simpatías entre la dividida sociedad.
Lo cierto es que este caso exacerbado por los medios seguramente quedará como un pésimo reflejo de la realidad italiana, que se divide, discute y sin embargo, no aporta soluciones reales a problemas serios.
Porque difícilmente se llegará a un acuerdo real para legislar seriamente acerca del tema. Sin embargo, en el fondo de la conciencia de quienes han conocido el caso, debe haber una respuesta sincera para una sencilla pregunta: ¿a usted le gustaría vivir 17 años alimentado por una sonda, sin saber lo que ocurre a su alrededor, sin comunicarse con sus seres queridos, sin siquiera ver la luz del sol?
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