Publicado en el Semanario Punto. Toluca.
28 febrero, 2012.
Esta semana deseo dedicar este espacio a comentar una película. En realidad se trata de un documental que sorprendentemente está despertando el interés de los mexicanos que están acudiendo a las salas de cine y hasta contestando la encuesta final que se reparte a la salida.
Lo que me sorprende más es que uno de sus realizadores sea el periodista Carlos Loret de Mola.
Sinceramente no me esperaba que de un personaje tan “alineado” pudiera surgir un trabajo tan interesante.
Fui a ver la película sin prejuicios, con la idea de saber un poco más acerca del problema de la educación en México. Y honestamente De panzazo me sorprendió por la manera clara y precisa en que reúne datos, cifras y circunstancias concretas para mostrarlas de una forma clara y hasta con sentido del humor.
El documental es sencillamente el resumen de una catástrofe que no ha terminado y de la cual los mexicanos somos al mismo tiempo testigos y partícipantes.
Da vergüenza, a decir verdad. Es sencillamente molesto e indignante confirmar que la educación en nuestro país es una porquería. Y me van a perdonar el término, pero no encuentro otro calificativo. Es la triste conclusión después de ver el filme.
Hay cifras escalofriantes. Los números no mienten y saber que de cada cien mexicanos solamente dos terminan estudios de postgrado ya me parece suficientemente preocupante. Pero enterarme que México es el país que más invierte en educación, pero que más del 90 por ciento de los recursos se va en los salarios de los maestros es indignante.
Porque para colmo de males, no son todos los maestros los que se ven beneficiados. Claro que no. El magisterio -lo sabemos todos- se ha convertido en un trampolín político, en un atajo para llegar a las metas más obscuras. En un cochinero, con perdón de la expresión.
Ahí está el claro ejemplo de la señora Elba Esther Gordillo, la mujer más poderosa de México. La misma que ha convertido el magisterio en un lodazal. La “maestra”. ¡Sí, cómo no! Me pregunto si no le da vergüenza ostentar un título que debería ser motivo de orgullo.
Y es que hace muchas décadas, ser maestro en nuestro país era un honor. Mi natural romanticismo me lleva a recordar una película mexicana de la llamada época de oro: Río Escondido. La dirigió Emilio Fernández en 1948 y la protagonizó María Félix. Es la historia de una maestra rural que llevó su profesión hasta el extremo del sacrificio. El guión -un tanto cursi, lo reconozco- muestra a la Doña en el papel de Rosaura, una profesora que da su vida -literalmente- para que los niños de una comunidad alejada y pobre tengan acceso a la educación, no obstante la presencia del cacique del pueblo, Don Regino, que se empeña en mantenerlos en la ignorancia. Otros tiempos. Otro México en el que la educación era la esperanza de una vida mejor para todos.
Era el México de la postguerra, cuando gobernaba Miguel Alemán y se construía la Ciudad Universitaria, en aquella época la más grande del mundo. Entonces todavía se buscaba que nuestro país creciera, que los mexicanos progresaran.
A lo mejor los mexicanos de aquellos días de verdad creían en la educación como la principal manera de fomentar el progreso.
Hoy no queda nada de la utopía de Río Escondido. Ahora De Panzazo documenta la historia de otra comunidad rural donde en la telesecundaria de plano no hay televisión. Bueno, la ausencia de la televisión se justifica, porque no habría siquiera dónde conectarla, sencillamente porque no hay electricidad.
Han pasado décadas entre la realización de las dos cintas. El progreso ha llegado a México, pero no para todos. De Río Escondido a De Panzazo han pasado muchos presidentes, tricolores y azules.
La educación no solamente se ha estancado: ha empeorado. Y no se salva nadie. Ni las escuelas privadas, donde lo único que importa es desplumar a los ilusos padres que casi siempre sacrificándose mandan a sus hijos a prepararse para la vida, con la idea errónea de que como “quien paga manda” los profesores darán un extra para lograr que los jóvenes estén mejor capacitados.
Será un caso tomado al azar, pero en De Panzazo dos grupos de jóvenes del mismo grado escolar, pertenecientes uno a una escuela pública y otro a la privada realizan el mismo ejercicio de matemáticas. Es una división más o menos compleja. Ninguno de los dos grupos sale airoso de la prueba. Tan malo el pinto como el colorado, pues.
Es un problema general. La mala educación de los mexicanos se nota. Hasta en la sala de cine, donde veinte minutos después de iniciada la función, con la conocida puntualidad mexicana siguen llegando los espectadores. Se ve en las calles, donde los conductores histéricos no cesan de sonar las bocinas de sus autos y por supuesto invaden las líneas peatonales. Se siente en la gente prepotente que salta la fila “porque tiene prisa”. Se advierte en la indolencia de quienes ya sea en la iniciativa privada que en el servicio público atienden a quienes requieren sus servicios. Se percibe en la indiferencia colectiva que nos lleva a estar siempre detrás, a ser el país del “ya merito”, aunque tengamos todo para estar en primera línea.
Efectivamente somos el país que pasa (y eso a veces) de “panzazo”. Y así nos dejamos tratar. Por eso nuestra clase política abusa de nuestra ignorancia y nos receta galanes de telenovela, mujeres “totalmente Palacio” y propuestas amorosas como opciones de gobierno. Puras falacias. Absoluta superficialidad. A fin de cuentas ya lo sabemos, el que llegue gracias a nuestro voto nos seguirá gobernando con un plan de educación que nos mantenga viviendo de panzazo...
lunes, 26 de marzo de 2012
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