Publicado en el Semanario Punto. Toluca, México.
04 mayo, 2011
Después de una larga pausa vacacional, es un verdadero placer escribir de nuevo. Lo mejor del caso es que esta semana hay asuntos importantes a nivel internacional. Desde la enorme tontería llamada boda real, pasando por la beatificación del papa Juan Pablo II.
Pero definitivamente los dos asuntos quedan en segundo plano y personalmente no puedo evitar hablar del caso más importante del momento: la muerte de Osama Bin Laden.
Hay mucho por decir, indudablemente, pero en realidad considero verdaderamente significativo observar la actitud de los ciudadanos estadounidenses, que salieron a las calles a festejar la muerte del maloso. Cosas que solamente pueden pasar en los Estados Unidos, me parece.
Una auténtica paradoja que un país que ha siempre mantenido una imagen de “justicia y bondad” frente al resto del mundo. Porque sin duda cada acción de los americanos, por bélica o bárbara que sea, ha sido ejecutada bajo el argumento de que todo lo hacen por mantener el equilibrio global.
Saber que ni más ni menos un Premio Nobel de la paz ordenó la muerte del terrorista más buscado del planeta, provoca escalofríos. Se pueden escribir páginas enteras acerca de este detalle.
Pero no hay que olvidar que con todo el perfume de santidad con el que desde el inicio han querido llenar a Barak Obama, éste no deja de ser el presidente de la nación más poderosa, y que sus objetivos serán siempre a favor del sistema del que forma parte.
Por otra parte, otro de los detalles que no se pueden pasar por alto es el modo extraño en que se dieron los acontecimientos. Sencillamente parece que quien se ocupa de la comunicación en el gobierno americano continúa a tratar a los habitantes de la aldea global como si fuéramos ingenuos, olvidando que en esta época cualquier acontecimiento puede ser documentado gracias a la tecnología.
Objetivamente, la más pura tradición indica que la derrota del enemigo debe ser mostrada al mundo, por una parte como advertencia y por otra como ostentación. Desde tiempos inmemoriales, las cabezas de los vencidos eran exhibidas en las plazas públicas.
Por eso no se entiende el motivo por el cual el cadáver de Osama Bin Laden fue “arrojado al mar” sin que por lo menos antes se hubieran capturado las imágenes como prueba contundente e inequívoca de su derrota.
Error garrafal. Porque a partir de esa carencia ha sido posible desencadenar toda la rumorología posible y porque además, la acción de los estadounidenses queda incompleta.
Aún cuando en los próximos días se publiquen fotografías y videos para demostrar lo ocurrido, seguramente el efecto no será el mismo, y continuarán a generarse más y más leyendas acerca de la presunta muerte del maloso.
El maloso... Es digno de considerar el modo en que durante los últimos diez años Osama Bin Laden se convirtió en la personificación misma de todos los males.
Su imagen y sus apariciones desencadenaban la más pura de las paranoias. Todos en alerta, todos en espera de posibles acciones terroristas. El mundo occidental completo se puso de rodillas y se llenó de miedo.
Desde entonces, comenzaron a acuñarse conceptos como “fundamentalismo islámico”, “kamikase”, “jihad”. En diez años el mundo se transformó y acciones tan simples como viajar en avión o hasta en metro en las grandes ciudades europeas se convirtieron en motivo de alerta. Lo dicho. Pura paranoia.
A partir de los atentados del 11 de septiembre del 2001, el mundo cambió y los países occidentales se pusieron más que nunca a disposición de los Estados Unidos. El cuento del terrorismo caló hondo y el miedo se apoderó de los ciudadanos.
Por miedo se inició en Iraq una de las guerras más estúpidas de los últimos tiempos. El miedo ha justificado acciones que han costado la muerte de muchos inocentes. Vivimos en una sociedad global asustada.
“El mundo está más tranquilo” a partir de la muerte de Bin Laden, dice Obama. Será por eso que los festejos multitudinarios parecen justificarse. Insisto en lo increíble que resulta observar cómo los americanos se reunían para festejar la muerte.
La muerte no se festeja. No es cristiano, dice la Iglesia católica. Yo creo que no es humano, así como creo que hay algo de “montaje” casi cinematográfico en toda la historia de Bin Laden, cuya muerte llega casualmente en un momento en que la popularidad de Obama necesita urgentemente reforzarse.
A fin de cuentas lo único que hay que agregar es después de la supuesta eliminación de un presunto terrorista, -y recalco: “supuesta” y“presunto”- habrá que esperar el próximo capítulo, porque será necesario encontrar un nuevo maloso que sirva de contrapeso e involuntariamente permita exaltar la figura de los buenos de la película: los gringos que, como siempre, no hacen otra cosa que preocuparse por la paz y la democracia del planeta, fungiendo como la policía del mundo y haciéndonos el favor de protegernos a todos, pobres indefensos que lo único que podemos y debemos hacer es agradecerles en todo momento su inmerecida protección.
miércoles, 4 de mayo de 2011
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